J.J. Abrams deja buen sabor de boca con el episodio VII de la famosa saga que recupera sus ejes principales, como la eterna lucha entre el bien y el mal. El que probablemente sea el estreno más esperado de la Historia del Cine llega para encandilar con su espectacular factura, su ritmo fluido y su diversión perfectamente medida y ajena a riesgos mayores. Una notable película de ciencia-ficción y aventuras, desde luego.
Luke Skywalker (Mark Hamill), el último Jedi, sigue desaparecido. La General Leia (Carrie Fisher) envía a su mejor piloto (Oscar Isaac) en su búsqueda, la mejor opción -otra vez- para enfrentar la amenaza del Imperio… Evidentemente, “Star Wars: El despertar de la Fuerza” sólo es una película, por más que sea, probablemente, la más esperada de la Historia del Séptimo Arte; quizá por ese peso, más industrial que artístico en estos fugaces tiempos que corren, sea imposible contener una emoción incrustada genéticamente en todos nosotros cuando suenan las fanfarrias que nos devuelven de nuevo a una galaxia que, curiosamente, nunca ha flaqueado en el influjo que tiene en la Cultura Popular contemporánea de casi todo el planeta. Más allá de eso, y dejando al margen la subjetividad de cada cual -fuente de las pasiones desatadas que despierta el serial interestelar-, es una divertida y notable película de aventuras, sin más. No es seminal, no es eterna.
No desvelaremos el peso que tiene cada protagonista de la película: simplemente indicaremos que la transición de lo anterior a lo nuevo, de lo eterno a lo volátil, está muy bien equilibrada, efectivamente, y que todos los participantes parecen situarse en la misma onda, necesidades curriculares aparte: revitalizar lo que no necesita revitalizarse en un entorno en el que es muy difícil llamar la atención por encima de otros monstruos comerciales, otras sagas, otras franquicias, otras intentonas de seguir embelesando nuestros bolsillos.