La parábola del hijo pródigo pone de relieve la realidad asombrosa de nuestra filiación divina: Dios es mi Padre y me cuida como hizo con los dos hijos de la parábola. Acompaño varias reflexiones
Todo conocimiento de Dios ha de arrancar de esta gozosa realidad: Dios es mi Padre. Un Padre que no se incomoda con la inconsciencia y las debilidades humanas, sino que está siempre dispuesto a abrir sus brazos paternales a sus hijos rebeldes o protestones.
Detengámonos un poco en esta consoladora realidad al hilo de esta soberbia parábola que acabamos de escuchar centrando nuestra atención en el comportamiento del Padre con estos dos hijos, porque en ella Jesús nos ofrece un retrato fiel del Corazón de Dios. Lo primero que llama la atención es que el amor del Padre por sus hijos es total. Total y absoluto, como se observa tanto en el diálogo con el mayor que ha vivido protegido por ese amor sin valorarlo, como en su comportamiento con el menor. El mayor está a su lado, ciertamente, pero lo que en el fondo desea es divertirse con sus amigos. El menor ha tirado la mitad de la hacienda y perdido la dignidad.