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lunes, 10 de abril de 2017

“Core Curriculum”: para aprender a pensar

El diálogo, la apertura de mente y la interdisciplinariedad tan propias de las antiguas universidades son algo que se ha ido perdiendo con el arrinconamiento de las humanidades y el auge de la especialización que tanto criticó Ortega y Gasset. Scott Lee, director de la Association for Core Texts and Courses, dio una conferencia titulada “Educar a personas íntegras” en el II congreso Building Universities’ Reputation en la Universidad de Navarra, celebrado el 30 y 31 de marzo.
En el contexto del congreso, que tuvo su primera edición hace dos años, Lee remarcó la importancia de las artes liberales y las humanidades para construir la reputación de una universidad. “Son un elemento clave para aprender a aprender”, aseguró, pues, en lugar de fomentar la mera acumulación de conocimientos, llevan a profundizar en cómo se adquiere el conocimiento.
A la Association for Core Texts and Courses pertenecen más de un centenar de universidades de América, Europa y Asia, como Columbia, Notre Dame, Dallas, Yale o la de Navarra. Su objetivo es impulsar el estudio de las grandes cuestiones humanas a través de la lectura y discusión de los textos clásicos con una perspectiva interdisciplinar. Preguntamos a Scott Lee sobre este planteamiento, que su asociación promueve a través del llamado core curriculum, pensado para dar a los estudiantes de todas las carreras una formación humanística de base.
— ¿Cómo hacer entender a los jóvenes la importancia de formarse en las humanidades y las artes liberales?
— No creo que directamente se pueda “hacer entender”. Más bien, la razón para adoptar el core curriculum es que quieres que los alumnos vivan la experiencia de la que les estás hablando. Quieres que se asombren intelectual y emocionalmente con las obras de arte y ciencia que han asombrado a tantas personas a lo largo de los siglos. Y la razón de que esas personas se sintieran atraídas fue que en ellas se vieron a sí mismas, o quizá a sus familias o quizá la manera de solucionar un problema que veían a su alrededor. Esa es la mejor forma de mostrar su importancia.
— ¿Cree que esa capacidad de transmitir el asombro a sus estudiantes forma parte de la reputación de la universidad?
— Sí, pero la reputación de la universidad está directamente relacionada con la reputación que tengan sus estudiantes. Con una asignatura no es suficiente transmitir ese asombro; una asignatura te puede entusiasmar, pero no logra que el alumno desarrolle toda una forma de pensar. Pero sí que lo puedes lograr con diversas asignaturas que vayan perfilando cómo alguien ve el mundo. Esto deja una marca en la persona, una marca que le hace más profunda y reflexiva, más versátil también. Y esto se nota, porque es entonces cuando te preguntan dónde has estudiado. Esto es la reputación de la universidad: formar personas que piensan abiertamente y de manera profunda, personas que son interdisciplinares, que unen ciencia y literatura con economía. Esto es algo que llama la atención.
— Pero, ¿cómo se apuesta por un programa como el Core Curriculum en un contexto en el que todos quieren ver resultados rápidos?
— La educación no es una hamburguesa, no se la puede tratar como si se quisiera responder a una encuesta de satisfacción del consumidor. Pongamos el ejemplo de un coche: te compras uno y a los cinco años ya no te sientes satisfecho con él, quieres otro. Con la educación ocurre exactamente al revés: cuanto más tiempo pasa más consciente eres de su valor. No se guía por un modelo de satisfacción instantánea del consumidor, aunque muchos creen que sí.
Por mucho que aprecies la educación que recibes ahora mismo, la apreciarás el triple cuando tengas diez, veinte años más. Y la razón es sencilla: el aprendizaje es una inversión de capital humano. Y una inversión no es un producto. Los frutos de tu inversión solo se ven al cabo del tiempo, todo el mundo lo sabe. Muchos están atrapados por ese afán de ganar dinero rápido, pero no está claro que la economía o los propios inversores vayan mejor por eso. Sin embargo, hay quienes están dispuestos a esperar cinco o veinte años para ver algo madurar, y eso siempre vale la pena. Es menos común, pero ocurre. Lo mismo con la educación.
— ¿Qué diría que gana la sociedad con esta inversión a largo plazo?

— Primero, que, cuanto más difundida esté, más gente habrá de distintas culturas y modos de pensar que sea capaz de comprenderse. Cuanto más tolerantes y abiertos sean, la diversidad será cada vez menos un impedimento y más una vía para crear formas de convivencia armoniosa. Junto a esto viene el respeto. Las personas pueden pensar y hablar sobre una amplia variedad de cosas sin faltar al respeto, porque han aprendido a escuchar mejor y a ver al otro de una manera abierta y profunda. Y, por último, lo más importante y más difícil de demostrar también, que es descubrir la belleza de estar vivos. Y de que los demás también lo estén. Esa belleza puede ser apreciada mejor y en toda su amplitud cuanto mejor y más transversal es tu educación.
aceprensa.com

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