Nos alegramos hoy con toda la Iglesia en una fiesta entrañable y consoladora porque “una muchedumbre inmensa que nadie podría contar” y que en su mayoría llevó una vida parecida a la nuestra, disfruta ya de la visión de Dios por toda una eternidad. Una multitud cuyos nombres no conocemos, que pasó inadvertida a quienes les trataron y, en ocasiones, incomprendidos o despreciados y maltratados, pero conocidos y amados por Dios.
Es esta una Solemnidad alentadora porque muchos de esos santos tendrían un carácter similar al nuestro, parecido temperamento, idéntica inclinación a la pereza, la sensualidad, el amor propio, y experimentaron los mismos sinsabores y penas, y, sin embargo, han superado con la ayuda de Dios esas dificultades. Es posible que más de un centenar de ellos y ellas pudiera decirnos: no te desanimes, también yo he pasado por esas pruebas. Sí, también tú puedes llevar una vida cristiana plena, una vida santa.