El relato que acabamos de escuchar tiene un trasfondo eclesiológico innegable y posee una riqueza espiritual grande. Es de noche. La barca de Pedro peligra por el fuerte oleaje y un viento que le es contrario. El miedo se apodera de todos los que van en ella. El Señor aparece caminando sobre el peligro y creen que se trata de una ilusión.
Pedro, que ha pedido a Jesús ir hasta Él, se hunde al ver la fuerza del viento y la agitación del mar y grita pidiendo ayuda. Jesús le reprocha su falta de fe. Al subir el Señor a la barca viene la calma y ellos, adorándolo, confiesan su divinidad.
A lo largo de su dilatada historia, la Iglesia ha vivido etapas en que los vientos no le eran favorables.
También nosotros que somos sus hijos, pasamos por noches oscuras y por momentos en que vivir como Dios quiere resulta costoso, bien por la fuerza del viento de las propias pasiones, bien por el oleaje de una opinión pública contraria que nos atemoriza y frena nuestra adhesión a la doctrina del Señor. En nuestros días, los enemigos de la Iglesia o quienes no la conocen bien, no se preocupan ya de ocultar sus intenciones: se intenta construir una sociedad sin Dios. Para ello, no se ahorran esfuerzos y así nos vemos sometidos a un bombardeo audiovisual que hace que sean los ojos y no la razón iluminada por la fe, los que certifiquen lo que es o no es verdad. La prueba gráfica se presenta como irrefutable para muchos, cuando es un material manipulable y del que deberíamos desconfiar o, al menos, no aceptar sin contrastarlo.