¿Qué fue lo que motivó que el desengaño y la sensación de fracaso de los discípulos de Emaús -y de los creyentes o de los alejados hoy de la comunión eclesial representados en ellos- fuera substituido por un entusiasmo que les llevó a suplicar: “Quédate con nosotros Señor”?
Cuando Jesús se acerca a estos dos que se vuelven a sus casas, abandonando tal vez la aventura divina a la que fueron convocados, no le reconocen porque la tristeza les embarga. En la trágica tarde del Viernes Santo quedaron enterradas sus esperanza mesiánicas; y ni las noticias de las mujeres asegurando que el Señor ha resucitado ni la confirmación de las mismas por parte de algunos del grupo, han logrado avivar la esperanza. Están decepcionados y tristes.
Cristo, tras censurar su ignorancia sobre lo que anunciaron los profetas y su resistencia a creer a quienes le han visto, les fue explicando, partiendo de Moisés, la conveniencia y el sentido de los trágicos sucesos de la Pasión. Invitado a sentarse a la mesa con ellos porque el día declina, al partir el pan, se les abrieron los ojos y le reconocieron. Previamente, por el camino, las explicaciones del Señor iban encendiendo en ellos la fe y el amor. “Pan y Palabra, Hostia y Oración, si no, no tendrás vida sobrenatural” (S. Josemaría Escrivá).