No faltan personas a quienes entristece la Navidad. Son minoría, por fortuna. Hasta las ciudades se visten de gala –de luz y color- cuando se acercan estas fiestas, que contribuyen por estos pagos a fortalecer los lazos familiares.
No faltan tampoco quienes lamentan el exceso de comercialización propio de esta época del año. Incluso, si son creyentes, invocan el excepcional momento de ira de Jesucristo contra los mercaderes del Templo. Pero es sabido que, en su momento, aquello vino a cumplir una función justa, para facilitar el cumplimiento, en el Templo de Jerusalén, de las ofrendas previstas en los Libros Sagrados.
Pero se fue de las manos, como tal vez ahora en algunas circunstancias. Pero la alegría cristiana de la Navidad sigue necesitando compras –o donativos- que alegren humanamente los festejos: desde la cena de Nochebuena a los regalos de Reyes.