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viernes, 10 de junio de 2016

Cero limosna; ¡solo la oficial!

Es el estigma. Es la “cola de la vergüenza”. Es de lo que el ayuntamiento de Valencia dice querer librar a los miles de personas que hacen fila cada mes para recoger las bolsas de víveres que distribuye el Banco de Alimentos local. 
Por eso, no solamente le ha retirado la subvención de 85.000 euros a esa institución, sino que a finales de junio le quitará el local donde ha funcionado hasta ahora.
“El Ayuntamiento –dice Joan Ribó, uno de estos alcaldes ‘del cambio’– no quiere hacer limosnas, no quiere hacer caridad. Quiere garantizar derechos, y el Banco de Alimentos no los garantizaba. Nosotros queremos garantizar los derechos de todas las personas”.
Bien. Bravo. Algo más al oeste de la península, en Cádiz, situación parecida: el nuevo alcalde, José María González, un joven profesor anticapitalista que ha tomado el bastón de mando tras arrimarse al buen y frondoso árbol de Podemos, acaba de retirar la subvención al Banco de Alimentos gaditano.

El índice de paro en la provincia es el más alto de España, un 36%, por lo que los 500.000 kilos de comida que repartió el año pasado esa institución hallaron rápidamente estómagos en los que reposar. Según me explica Salud González, tesorera del Banco, este acopia y entrega comida a 205 entidades, que a su vez atienden a 58.000 personas. Se reparte fruta, verdura, alimentos perecederos y no perecederos.
“El año pasado, ¡hasta 9.000 kilos de atún rojo del bueno, de almadraba!”, me dice. Pescado capturado ilegalmente, que antes se decomisaba y se destruía, y que hoy se da a los que pasan apuros. Pero Kichi –que es el cariñoso mote con el que todo Cádiz conoce al regidor– no se da por enterao de esta labor.
Huele a secta en Valencia y en Cádiz. Y huele en más sitios, desafortunadamente.
Para ser tan de la “nueva política”, Ribó, Kichi et al. muestran un tic que recuerda viejos esquemas. Entienden que la gratuidad, la donación al necesitado, es solo potestad de una fuerza política. La suya, vamos. Al parecer, solo Podemos y sus diversas marcas están legitimados para anunciar rentas mínimas y hacer llover el maná sobre quienes lo están pasando mal. Cuando son otros los que intentan dar una mano, ¡ah no!: ya eso es “limosna” o “caridad”, entendidas no como renuncia al bien personal para aliviar el sufrimiento del otro, sino como migas caídas del plato, que es como lo entendería el camarada Lenin.
Es propio de sectarios cerrarse, en los asuntos terrenales, al aporte de los contrarios o de quienes, como en el caso de los Bancos de Alimentos, simplemente pasan de decantarse por unos u otros, en aras de no contaminar de ideologías su fin último, que es servir al necesitado. Pero eso no le vale al sectario de ultraizquierda. Basta con que a su nariz llegue el tufillo de que una institución, por su modelo de funcionamiento, encaja de algún modo en el esquema de “opresores clementes vs. oprimidos suplicantes”, para procurar dejarla fuera de juego. Si es una entidad que reparte comida, cerrarla; si es un colegio que educa bajo un régimen concertado, ¡tijera a su presupuesto!
Es la cortedad de miras. La idea de que, ya en el sillón, es la hora de ajustar cuentas; de propinar derrotas y proclamar victorias, aunque el buldócer revolucionario termine atropellando a muchos de los que pretende enaltecer. Sí, porque, puesto a reemplazar la “limosna” y la “caridad”, ¿de veras hará economías el ayuntamiento valenciano para, según se anuncia, entregar cheques de 300 euros a cada una de las 6.000 personas que atiende el Banco de Alimentos a día de hoy? ¿Las hará para garantizar la sostenibilidad del desembolso anual de 21,6 millones de euros que ello supone? Y por cierto, esto de dar cheques a quien preferiría un puesto de trabajo, ¿no es también un poco como la limosna, en el estrecho sentido en que “los del cambio” suelen interpretar el término?
A los “nuevos” los atenaza, además, una titánica resistencia a aprender de los fracasos de otros. Dan por bueno ir por una avenida, a la usanza chavista, apuntando el índice hacia colegios privados, grandes negocios o chiringuitos de arepas, y lanzándoles alegremente un “¡exprópiese!” –en el caso de los nuestros, un “clausúrese” o un “desfinánciese”–, y confiar en que el gobierno local se bastará para proveer, sin el incómodo concurso de otros actores ideológicamente no afines. Ahí está la “experiencia de éxito” de la bolivarianaMisión Alimentación. Y ahí está la Venezuela de hoy, abriendo telediarios.

Porque mala cosa es, en política, creerse pionero y pretender hacer tabla rasa de todo lo anterior. El iluminado, a fin de cuentas, tras pasarse el día pensando en cómo redimir a los humildes, cerrará la puerta de la oficina y se irá a casa a cenar. Y mientras, los humildes, que ya no tendrán dónde hacer la “cola de la vergüenza”, deberán aguantarse y esperar el día de la redención.

Aceprensa

3 comentarios:

  1. Como los avestruces que esconden la cabeza cuando están en peligro, creen estos politiquillos de tres al cuarto que si no se ve, el problema no existe. Y tras matar del todo la moral existente, vendrán con el cuento de imponer la suya, si es que la tienen. El mundo anda demasiado revuelto para que Dios no nos de un buen escarmiento. Pero esta vez, tal como está todo, no creo que se moleste. Porque por desgracia: ¡Ya nos escarmentaremos a nosotros mismos!

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  2. Dios no nos va a dejar de la mano, pero espera nuestra respuesta. Recuerdo la frecuencia con la que San Juan Pablo II afirmaba: los enemigos de Dios de lo único que tienen miedo es de que los cristianos perdamos el miedo. Pues eso, a rezar y a moverse. Y así la situación cambiará

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