ACTUALIDAD

viernes, 2 de marzo de 2018

La última bandera

Año 2003. El ex médico de la Marina Larry “Doc” Shepherd (Steve Carell) reúne a sus dos mejores amigos para llevar a cabo una última misión: enterrar al hijo de Doc, fallecido en la Guerra de Irak, cerca de su hogar. Doc se niega a que el cuerpo de su hijo sea llevado al cementerio de Arlington, y con la ayuda de Sal (Bryan Cranston) y Mueller (Laurence Fishburne) trasladará el féretro en un viaje donde los tres recordarán, 30 años después de haber servido juntos en Vietnam, cómo la participación en la guerra ha afectado a sus vidas.

Notable drama sobre las heridas que arrastran los veteranos de guerra en la sociedad estadounidense. El polifacético Richard Linklater adapta una novela de Darryl Ponicsan, quien también coescribe con él el libreto. Se trata de una trama que es un verdadero regalo para los tres actores principales, Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne, que están perfectos en sus papeles. 

Por el dibujo de situaciones e interactuaciones entre ellos, sería perfectamente trasladable al teatro, aunque el director sabe imprimir a la narración estimables cualidades fílmicas, también cuando el film se convierte en una suerte de road-movie. Realmente estamos ante una sugerente reflexión acerca del sentido de la vida, que invita a pensar que las cosas ocurren por algún motivo, y que siempre hay tiempo para el reconocimiento de las culpas, el perdón y hacer lo correcto. 

El modo en que discurre todo está muy bien planteado, porque poco a poco conocemos las circunstancias de lo ocurrido en Vietnam e Irak, de modo que la reunión después de tanto tiempo, aunque sea por un motivo bien triste, se presenta como oportunidad única para reparar errores y crecer como personas. Por otro lado, la mirada al lado oscuro de la guerra, incluidos los intereses bastardos de los que mueven los hilos, aunque decididamente crítica, está hábilmente contenida, se evita la tentación panfletaria. 

 El film muestra, en los dramas personales, un delicado equilibrio, pues existe espacio para la risa y para la lágrima, y el choque de personalidades –el bruto Sal, con su lenguaje procaz y sus modos nada delicados, frente al pastor que todo lo ve con mirada sobrenatural tras su encuentro con Jesús, tiene como puente al roto Doc, que debe encajar la muerte de su hijo– está manejado con rara perfección. Una gratísima sorpresa, con tres extraordinarios personajes principales, y un buen cuadro de secundarios, que lo hacen muy bien.

decine21.com
Juan Ramón Domínguez Palacios / lacrestadelaola2028.blogspot.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario