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domingo, 4 de marzo de 2018

El Día del Señor: Domingo 3º de Cuaresma (B)

“Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (cf Lc 2,22-39). 
A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf Lc 2,46-49).Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf Lc 2,41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf Jn 2,13-14)... El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado” (C.E.C., 583, 584).

El Templo era lo que había de más sagrado para un judío, el signo visible de la presencia de Dios entre su pueblo. Es la casa de Dios, pero sus fieles han convertido la religión y el culto en un mercado. El trato con Dios ha quedado reducido al cumplimiento de unos preceptos con los que pretenden tener contento a Dios. Es una piedad que actúa al dictado del egoísmo, que quiere comprar a Dios, asignarle un sueldo. Cristo rechaza esta hipocresía con una energía tanto más llamativa por cuanto que es la única vez que le vemos emplear la fuerza física. Nos limitamos a rezar, a asistir mecánicamente a Misa los domingos, aportamos una limosna miserable, ejercitamos una caridad de platea, nos desentendemos de deberes que no se pueden incumplir, y eludimos compromisos que no pueden esperar.
Jesús expuso lo esencial de su enseñanza en el Templo (cf Jn 18,20), pero dirá refiriéndose a Sí mismo: “os digo que aquí hay algo mayor que el Templo” (Mt 12,6). Tras la llegada de Cristo, el Templo puede desaparecer porque Él es a partir de ahora el signo del Dios vivo. “Destruid este Templo y Yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19,21). Los judíos presentes no comprendieron en ese momento que se refería al templo de su Cuerpo y al anuncio de su Resurrección.
También nosotros somos templos de Dios (cf 1 Cor 3,16), “piedras vivas” ( 1 Pet 2,5), de ese Templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Hay que estar vigilantes para no profanar ese misterio procurando que esa morada no sea invadida por la algarabía y las preocupaciones que llenan un mercado. Vivir para escuchar y alabar a Dios en medio de nuestras ocupaciones, tomando incluso ocasión de esas ocupaciones. “Mi casa es casa de oración”.
Este empeño por agradar a Dios eliminando con energía lo que de Él nos aleja, tan acorde con el espíritu de estos días de Cuaresma, nos liberará de las ataduras de los ídolos, como nos dice la 1ª Lectura de hoy, a cumplir los mandatos del Señor y amarle como nuestra mejor ganancia.
Juan Ramón Domínguez Palacios / lacrestadelaola2028.blogspot.com

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