Jesús nos trae el tesoro de la Verdad y nos invita a hacer eco de ella con valentía: sólo su Palabra nos trae la esperanza. Acompaño mis reflexiones.
La homilía que Jesús pronunció en Nazaret desvelando el sentido de las palabras de Isaías, provocó una airada reacción entre los oyentes. Y, sin embargo, esto no era sino un modesto adelanto de ulteriores declaraciones sobre su divinidad: pensemos, por ejemplo, en los llamados pasajes del yo.
Nunca un hombre llegó a hablar así de sí mismo.
Es comprensible que se asusten, e incluso se escandalicen, cuando aquel al que conocen desde niño se pone a sí mismo como punto de referencia para la interpretación de la Sagrada Escritura.
Pero “¿no es éste el hijo de José?”, comentan entre sí, ¿no es el hijo de un pobre carpintero de aquí mismo, el muchacho que trabaja en el taller de su padre? Jesús es un hombre normal, un buen trabajador manual, de una sencilla aldea. Es uno más del pueblo. Pero lo que se rumorea de sus acciones en Cafarnaún y lo que está diciendo ahora lo sitúan en el ámbito de Dios. Su origen es notorio, de una parte, y desconocido de otra.
¿Quién es realmente Jesús? Esa es la gran pregunta a la que responden los Evangelios: Jesús el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para redimirnos de nuestros pecados y para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar Una de nuestras más graves tareas, como discípulos de Jesús, estriba en presentar su doctrina sin temor a la impopularidad o a que no sea aceptada.
¡Valentía! ¡Exponer la verdad, como Jesús entre sus parientes, sin temor a que el éxito no nos sonría siempre! ¡Amar la verdad y amar de verdad, para no quedarnos con verdades a medias y no servir, tampoco a medias, a las grandes verdades! “Los mayores errores humanos, dice Bruckberger, los que tienen más poder de seducción y producen las grandes catástrofes, son los que parten de un buen paso, pero se detienen a medio camino de la verdad”. Jesús y sus paisanos partían juntos de la Ley de Moisés y de su origen divino, pero mientras Jesús hablaba de un Reino que atraviesa el tiempo y la eternidad, su pueblo se quedó a mitad de camino con un reino político-religioso.
¡Qué expuesta está la verdad a quedarse en demagogia, la pobreza en descuido, el amor en sentimentalismo…, por quedarse a mitad de trayecto! Pero no dramaticemos. “Jamás hombre alguno habló como este hombre” (Jn 7, 46), decían de Jesús muchos de sus contemporáneos y afirman también hoy millones de criaturas. Nadie como Él ha sabido recoger el profundo latido del corazón humano y darle una respuesta cumplida: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 8), le dijo Pedro. Quien oyó una vez sus palabras ya no las olvidará nunca.
Hacía falta un poder de seducción nada común para que un judío siguiera a quien le anticipara que iba a morir en una cruz. Jesucristo tiene a su favor el testimonio de una historia bimilenaria. El cristianismo ha cambiado el mundo y ha penetrado en el interior de muchos corazones a pesar de tantas oposiciones y resistencias como ha encontrado en su camino, convirtiéndose en el defensor de los valores más nobles y sagrados.
¡Avivemos la fe y expongámosla sin mutilaciones ni temores! “El labriego al sembrar, recuerda S. Agustín, no ve las mieses pero confía en la tierra. ¿Porqué no confías tú en Dios?
“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,21-30).
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