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sábado, 2 de noviembre de 2024

El día del Señor: domingo 31º del T.O. (B)

Dios ha hecho nuestro corazón a su imagen. Nos ha concedido un deseo infinito de felicidad que solo El puede llenar. Seguimos acudiendo a su infinita misericordia en estas queridas tierras valencianas. Acompaño mis reflexiones. Mi bendición para todos.

El amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los sacrificios. Esta afirmación del letrado que había preguntado a Jesús cuál era el mandamiento principal, mereció la alabanza de Cristo y le aseguró que no estaba lejos del Reino de Dios.

Amar a Dios es cumplir sus mandamientos, su Voluntad. Jesús ha asegurado que el que hace la Voluntad del Padre que está en los cielos es su hermano, su hermana y su Madre. Esto es, alguien tan querido como su propia Madre.

El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo: “Si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso”. Análogamente tampoco sería verdad que amamos a nuestro Padre-Dios, si no quisiéramos también a nuestros hermanos, sin excepción. Toda apelación al amor puede parecer lírica y vaporosa, idealista y poco práctica frente a la sólida realidad de los conflictos familiares, laborales, académicos, políticos..., porque la vida significa luchar, competir, devolver golpe por golpe si no quieres que te marginen. Por otra parte, no somos iguales y los conflictos son inevitables. Esto es verdad, pero también es cierto que esos conflictos no se solucionan con enfrentamientos. Es más importante tener unión que tener razón.

“No es posible –enseña Newman- encontrar a dos personas, por muy íntimas que sean, por mucho que congenien en sus gustos y apreciaciones, por mucha afinidad de sentimientos espirituales que existan entre las mismas, que no se vean obligadas a renunciar, en beneficio mutuo, de muchos de sus gustos y deseos si quieren vivir juntas felizmente”. Quien no ama se autoexcluye de quienes le tratan y tampoco será amado por Dios.

No habrá armonía entre nosotros si no existe una reserva de renuncia y comunión que sacrifique nuestras opiniones y gustos en aras de la unidad. No se ama a Dios si no se está dispuesto a que nuestra voluntad se subordine a la de Dios; y no hay amor a los demás si, en cuestiones opinables, nos empecinamos en que sea nuestra voluntad la que se imponga. Por decirlo con acento andaluz: es preferible tener armonía que salirme siempre con la mía.


«Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos». Y le dijo el escriba: «¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de El; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a si mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas» (Marcos 12,28-34).

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