Insta en su Carta pastoral a prepararse para celebrar la Navidad, una fiesta cuya preparación desvela "el deseo de bien que habita en lo más profundo del corazón humano"
Inicia Mons. Javier Echevarría su Carta pastoral, recordando unas palabras de San Josemaría, escritas en 1974, a propósito de la Navidad, en las que nos movía a considerar que “Dios nos enseña a abandonarnos por completo. Mirad cuál es el ambiente, donde Cristo nace. Todo allí nos insiste en esta entrega sin condiciones (...).
Sería suficiente recordar aquellas escenas, para que los hombres nos llenáramos de vergüenza y de santos y eficaces propósitos. Hay que embeberse de esta lógica nueva, que ha inaugurado Dios bajando a la tierra. En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero.
Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención. Rendida nuestra soberbia, declaremos al Señor con todo el amor de un hijo: ego servus tuus, ego servus tuus, et fílius ancíllæ tuæ (Sal 115, 16): yo soy tu siervo, yo soy tu siervo, el hijo de tu esclava, María: enséñame a servirte”.
Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención. Rendida nuestra soberbia, declaremos al Señor con todo el amor de un hijo: ego servus tuus, ego servus tuus, et fílius ancíllæ tuæ (Sal 115, 16): yo soy tu siervo, yo soy tu siervo, el hijo de tu esclava, María: enséñame a servirte”.
Se refiere el Prelado al amor infinito de Dios por la humanidad, que vuelve a presentarse especialmente también en el Año de la misericordia, que el Papa inaugurará el próximo día 8, solemnidad de la Inmaculada, y urge a apretar el paso en estos últimos días, para que la apertura de la Puerta Santa, símbolo de la indulgencia divina, nos encuentre bien preparados para acoger en nuestros corazones tantos dones de Dios, e invita a imitar la devoción y necesidad con que san Josemaría, desde muy joven, se refugiaba en el amor y la cercanía de Dios con sus criaturas.
Como consecuencia de algunas consideraciones sobre el tiempo de la Navidad –verdadera fiesta de la alegría, que constituye una invitación precisa a adorar a Dios y a darle gracias por su benevolencia−, urge para que los detalles externos que adornan la Navidad en los hogares y en otros muchos sitios no se reduzcan a producir luces de bengala, sino que sean medios que nos faciliten acoger más generosamente a Jesús. Con nuestra conducta, ayudemos a que muchas personas tomen conciencia de lo que significa esta Noche Santa, para que todos nos comportemos como buenos hijos de Dios.
La contemplación de la Virgen, con San José, cuidando a Jesús recién nacido en la pobre gruta que los alojó en Belén, donde se tocan el cielo y la tierra, porque allí nació el Creador del mundo, el Redentor de los hombres, le lleva a afirmar que la costumbre de instalar el Nacimiento supone un magnífico recordatorio de que el Verbo divino ha puesto su morada entre nosotros, y sugiere que no dejemos que se descuide esta usanza en los hogares cristianos, recordando lo que San Josemaría escribió en Camino, cuandoya habían transcurrido muchos años desde su infancia: “Devoción de Navidad. −No me sonrío cuando te veo componer las montañas de corcho del Nacimiento y colocar las ingenuas figuras de barro alrededor del Portal. −Nunca me has parecido más hombre que ahora, que pareces un niño”.
Concluye su Carta pastoral con unas palabras del Santo Padre, que nos invitan a la confianza en Dios y al optimismo sobrenatural. Hablando de la Navidad, nos propone algunos interrogantes: “¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por Él, me dejo abrazar por Él, o le impido que se acerque? (...). Lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea Él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera?” y vuelve a agradecer el Prelado las oraciones con las que me habéis acompañado durante los días de estancia en la Clínica Universidad de Navarra. Me he sentido muy sostenido por todas y por todos. Seguid unidos a mis intenciones, que se resumen en pedir por la Iglesia y el Papa, por vosotras y vosotros, por el mundo entero, para que alcance la tranquilidad y el orden que Cristo, Príncipe de la paz, ha venido a traer a la tierra.
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