El Prelado del Opus Dei invita a aprovechar bien el tiempo de Cuaresma de este año jubilar y considera una de las obras espirituales de misericordia: rezar por los vivos y por los difuntos
Inicia Mons. Javier Echevarría su Carta pastoral con un texto correspondiente a la Primera lectura del próximo Miércoles de ceniza que invita a un cambio hondo quecobra particular actualidad en el Año de la misericordia, tiempo especial de gracia para la humanidad entera y manifiesta, con palabras de san Josemaría, la confianza y seguridad que nos produce saber que el Señor está dispuesto a darnos la gracia siempre, y especialmente en estos tiempos; la gracia para esa nueva conversión, para la ascensión en el terreno sobrenatural; esa mayor entrega, ese adelantamiento en la perfección, ese encendernos más.
Con unas palabras de san Juan Pablo II en la encíclica Dives in misericordia, anima para, en la lucha de cada uno, progresar por la senda de la conversión, que es como un resumen del caminar cristiano, recordando la insistencia de san Josemaría en que cada día no es una conversión: son muchas conversiones. Cada vez que tú rectificas y, si ante una cosa que no va −aunque no sea pecado−, procuras divinizar más tu vida, has hecho una conversión, y asegurando que todas y todos precisamos rectificar el rumbo, orientar nuestra mente, nuestro corazón y nuestras obras al Señor, apartándonos de lo que nos desvíe o nos pueda alejar de Él, porque todos experimentamos la inclinación a pecar, como enseña san Juan.

Se refiere a la próxima Cuaresma como tiempo especial de oración, de penitencia, de práctica de las obras de caridad que debe tocar nuestra alma en profundidad, así como al hecho de coincidir con un año destinado a proclamar especialmente la misericordia divina, constituye un nuevo acicate para esmerarnos en corresponder con el afán de conducirnos como mejores hijas e hijos del Padre celestial, que nos mira con piedad a cada una, a cada uno, por lo que sugiere que puede ser un buen momento para detenernos en un balance muy personal y comprobar cómo seguimos las recomendaciones del Papa para este Año santo, en unión con toda la Iglesia.
También hace hincapié sobre una de las obras espirituales de misericordia: rezar por los vivos y por los difuntos, y recuerda el ejemplo maravilloso de san Josemaría: sorprendía vivamente cómo se esforzaba en rezar más por las personas con las que se cruzaba; e igualmente llamaba la atención su constante oración por los difuntosNos ha legado un ejemplo maravilloso: al conversar con una persona, comenzaba ese diálogo acudiendo a su ángel custodio; si iba de un lado para otro, a pie o en algún medio de transporte, pedía al Señor por las gentes que encontraba en el camino, aunque no las conociese y quizá no volviera a verlas nunca más. Cada oración por los otros era un progreso en esa conversión constante a la que aspiraba, para identificarse más con Jesucristo, sintiendo en su alma que, afirmaba, no cabe pensar que ya estamos orientados totalmente hacia Dios; es necesario ir haciendo sucesivas conversiones que nos acerquen a la santidad.
Y sobre el sacramento de la Penitencia: El perdón de los pecados va siempre unido a una invitación al seguimiento de Jesucristo. Dios no se limita a borrar nuestras faltas, cuando le suplicamos sinceramente perdón, o cuando acudimos a la Confesión sacramental; sino que infunde además en nosotros la gracia del Espíritu Santo, que consolida la presencia de la Trinidad en el alma, citando en este sentido un texto del Santo Padre Francisco en su último Mensaje para la jornada mundial de oración por las vocaciones“Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.
Nos acercamos al 14 de febrero, continua el Prelado, aniversario de la fecha en la que el Señor manifestó a san Josemaría que también las mujeres (en 1930), y luego los sacerdotes Numerarios (en 1943), podían incardinarse en el Opus Dei. Más tarde, en 1950, vio que también los otros sacerdotes diocesanos podían pertenecer a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Por eso, este aniversario se alza como una jornada de acción de gracias en la vida de los miembros del Opus Dei, acompañados por la gratitud de tantas mujeres y de tantos hombres que se alimentan del espíritu de la Obra, y asegura que el afán de llevar la luz y la vida de Cristo a los demás brota como algo connatural con la vocación cristiana, y supone una fuente perenne de gozo.
Después de citar unas palabras del Papa en las que expresaba el deseo de que “a lo largo del Jubileo extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la "tierra" donde la vocación germina, crece y da fruto”, pide esta gracia a la Madre de Dios y Madre nuestra, Madre del Amor Hermoso, acompañando espiritualmente al Santo Padre en su próximo viaje a México, del 12 al 18 de febrero.
Concluye el Prelado su carta citando el texto de una carta que el beato Álvaro del Portillo escribió en preparación para las bodas de oro de la fundación del Opus Dei:“Encomendad a Nuestra Señora que reavive en las criaturas las ansias de fidelidad a Jesucristo, Cabeza de este Cuerpo Místico, mediante una conversión profunda al sentido sobrenatural de la vocación cristiana, que les conduzca a la práctica de los sacramentos, a la vida interior de unión con Dios, a la caridad fraterna, a la dócil obediencia a los Pastores, a la fortaleza para custodiar y propagar la fe y la buena doctrina, sin aceptar desleales compromisos”, y pide a todos prolongar esta oración y seguid rezando por mis otras intenciones, sin que falte la petición por las enfermas y los enfermos: últimamente el Señor está llamando a muchas hermanas y a muchos hermanos vuestros; ¡cuesta, y mucho!, pero hemos de acatar ex toto corde, con todo el corazón, la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, que además tiene el feliz anverso de que van a gozar de la definitiva contemplación de la Trinidad Beatísima.
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