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martes, 2 de febrero de 2016

Las trampas del cambio de sexo en menores

¿Qué hacer si un niño o adolescente presenta la hoy llamada disforia de género, o trastorno de identidad sexual? Algunos colectivos reclaman que se le otorgue el cambio de sexo inmediato, para que figure y se le considere a todos los efectos como persona del sexo con que se identifica. Pero las prisas pueden ser muy desaconsejables en un asunto tan delicado.
De lo que se trataría sería de hacer desaparecer los límites mínimos de edad establecidos para que un chico o chica con disforia de género accediera a los tratamientos con hormonas del sexo contrario, con el fin de acelerar el proceso de adopción de la nueva identidad. En Suecia, a principios de 2015, la Federación Sueca por los Derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (RFSL) entregó al gobierno un informe en el que aconsejaba eliminar el tratamiento médico o psicológico de los menores de edad previamente a su cambio de sexo legal.
Lo que pretenden, además, es que adolescentes de 15 años puedan someterse a la intervención quirúrgica sin contar con el consentimiento de los padres, y que los de 12 años puedan hacerlo con el consentimiento de solo uno de ellos. Si el otro se negara, el gobierno podría tomar su voz y decidir. La iniciativa, de ser aprobada en todos sus puntos por el gabinete sueco, podría convertirse ley de modo ya inminente.

También en España se querría presionar el acelerador: “Las personas tienen derecho a vivir la infancia con arreglo a su identidad sexual y no tienen por qué exponer su situación ante nadie, pero el Estado decide qué se hace con el niño”,lamenta Javier Maldonado, miembro de la directiva de Chrysallis, asociación española que agrupa a familias de menores con trastorno de identidad de género. “Una injerencia –añade–: no le permite el cambio de nombre, ni de género, ni la hormonación. No le permite nada, porque es un menor. No hay una ley integral que permita rectificar el error registral cuando nació, o que acoja su derecho a recibir tratamiento hormonal antes de que empiece su desarrollo”.
Sin embargo, varias experiencias demuestran que la existencia del individuo tras el “cambio de sexo” no es exactamente idílica, y que surge, no pocas veces, el deseo de volverse atrás.

Del diagnóstico errado, al arrepentimiento

En un artículo de la Revista Española de Endocrinología Pediátrica, el Dr. Felipe Hurtado Murillo describe las tres fases de las que consta el protocolo del proceso de cambio de sexo: la psicológica, la hormonal y la quirúrgica, y concede una particular importancia a la primera, de diagnóstico y evaluación psicológica del menor, para poder establecer que este no esté sufriendo un trastorno diferente al propiamente calificado como de identidad de género.
Porque existen varios: travestismo fetichista, travestismo no fetichista, orientación sexual egodistónica, trastorno de la maduración sexual, trastorno por aversión al sexo, etc. En tal sentido, el Dr. Hurtado advierte: “Un diagnóstico equivocado es un factor predictivo de arrepentimiento posterior tras el tratamiento de reasignación sexual”.
Una vez culminada la etapa de evaluación, y comprobada la persistencia de la disforia de género, se inicia una terapia encaminada a disminuir sus niveles de esteroides sexuales y evitar que aparezcan los caracteres sexuales secundarios. Son los llamados bloqueadores hormonales, que congelarían el natural desarrollo del adolescente según su sexo físico, aunque el organismo podría retomarlo si se le dejaran de suministrar esos esteroides.
A partir de los 16, sin embargo, el asunto cobra otras dimensiones, pues la terapia pasa a ser la aplicación al individuo de hormonas de sexo cruzado, que terminan marcando el sistema reproductivo de los menores por el resto de sus vidas. De hecho, una de las consecuencias de este tratamiento es la esterilidad, que puede ser irreversible. Quizás por ello, la Sociedad de Endocrinología de EE.UU. afirma que este tratamiento no debe aplicarse a menores de 16 años, un criterio en el que coinciden sus pares de Holanda, Australia y Países Bajos.
El propio Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (GIDSEEN), que de hecho aconseja el tratamiento hormonal a partir de los 16 años, recomienda que sean equipos multidisciplinarios los que se encarguen de identificar el fenómeno de la disforia en cada caso de estudio antes de proceder hormonal y quirúrgicamente.
He aquí lo que explican en su reciente Documento de Posicionamiento: “La persistencia (de la disforia de género) en niños es claramente menor que en adultos. Los datos de persistencia indican que una gran mayoría (80-95%) de niños prepuberales que dicen sentirse del sexo contrario al de nacimiento, no seguirá experimentando tras la pubertad la disforia de género, dificultando con ello el establecimiento de un diagnóstico definitivo en la adolescencia”.

“Como si viviera una mentira”

Que detrás de los deseos no siempre hay la madurez necesaria para darles paso a las hormonas y al bisturí, lo ilustra el caso del británico Mathew Attonley, de 30 años, quien por mucho tiempo deseó ardientemente ser Chelsea, y en 2008, con 23 años, se sometió a una intervención de cambio de sexo, valorada en 10.000 libras con cargo al NHS (el sistema de salud pública), para ganar su nueva apariencia.
Hoy se declara “agotado”, harto de calzarse zapatos de tacón alto y ponerse maquillaje: “Pensé que la cirugía me haría sentir completo, pero no fue así –narra, citado por el rotativoThe Daily Mail–. Sabía muy adentro que, incluso si me sometía a la cirugía, todavía sería alguien que había nacido como hombre, pero hice lo mejor que pude para bloquear mis sentimientos”.
En este momento, Mattew busca que el NHS asuma el pago de 14.000 libras de una terapia para reducirle nuevamente los pechos y una intervención de reconstrucción del pene. “Siempre sentí que era una mujer, pero ninguna cantidad de cirugías puede darme un cuerpo realmente femenino, y es como si estuviera viviendo una mentira”.
Lo mismo le sucedió al estadounidense Walt Heyer: estaba casado y era padre de dos hijos, pero en 1984, a los 42 años, y mientras pasaba por el proceso de hormonación con estrógenos, tomó la decisión de cambiar quirúrgicamente de sexo y pasar a ser Laura Jensen. Su disforia había comenzado muy temprano, a los 4 años; de hecho, ya su abuela lo vestía como una chica. Pero tras vivir 8 años como transexual, se sometió a una nueva operación, esta vez para eliminar los rasgos físicos femeninos de que le habían dotado artificialmente.
“La mayoría de los chicos (con disforia) están siendo animados por sus padres, que no son conscientes de las consecuencias a largo plazo y del daño físico y psicológico que sufrirán durante toda su vida”, explica Heyer a Aceprensa. “Hay una prisa innecesaria por manipular el proceso natural del desarrollo del niño, que puede resultar muy dañina para él. Desde hace mucho tiempo (1979), los médicos recomiendan abstenerse de cualquier tratamiento con hormonas de género cruzado hasta que el individuo llegue a la edad de 18 años, e incluso 21”.
¿Existe en EE.UU. alguna estadística sobre el número de personas que hacen el “camino de vuelta”?, inquiero. “La cantidad de personas que retoman su identidad de género original no se conoce, porque la gran mayoría de los que se arrepienten y retoman su vida no se someten a otra cirugía ‘de sentido inverso’, pues ni sus sentimientos ni sus funciones pueden ser totalmente restaurados. Han perdido partes del cuerpo. La verdad es que la pérdida de funciones y de sentimientos es absolutamente irreversible tras una intervención quirúrgica”.

Sin trasfondo hormonal ni genético

Cuando en octubre pasado la feminista australiana Germaine Greer se posicionó contra el cambio hormonal y quirúrgico del sexo masculino al femenino, escandalizó a no pocos abanderados de la ideología de género. Su “pecado” fue afirmar que las mujeres transexuales no llegarían jamás a ser realmente mujeres, sino solo una interpretación masculina de la feminidad. “Si le pidiera a mi médico que me implantara orejas largas (…), y si me vistiera con un abrigo marrón, eso no me convertiría en un cocker spaniel”, ironizó.
En el mismo sentido va el testimonio del propio Walt Heyer enThe Federalist: “Mi sexo biológico no cambió, con independencia de a cuántos procedimientos me sometiera o de cuántas hormonas tomara. Mi vida no volvió a ser la misma y mi cuerpo quedó mutilado para siempre”.
Y en esto radica, pues, el quid de la cuestión: en que el dictado del sentimiento no modifica la realidad biológica, y es más arduo de lo que se cree hallar a alguien que habite en un “cuerpo equivocado”. Un estudio efectuado en 2013 por la Universidad La Sapienza lo avala. El objetivo era evaluar el perfil hormonal y genético de transexuales de hombre a mujer, para lo que se tomó una muestra de 30 individuos de entre 24 y 39 años, todos ya sometidos a terapias hormonales con estrógenos y antiandrógenos. Tras los análisis de rigor, el equipo investigador pudo concluir que el trastorno de género “no parece estar asociado a ninguna mutación molecular de ninguno de los genes principales involucrados en la diferenciación sexual”.

Un desorden de autoaceptación

El fenómeno presenta muchos signos que delatan una arista psicológica, solo que los grupos LGTB, con vistas a normalizar las terapias trans, intentan quitar todo viso de desorden psiquiátrico a esta condición y eliminar toda referencia lingüística “patologizante” sobre ella.
Expertos en el tema insisten, por su parte, en no ignorar el componente mental del fenómeno. El Dr. Paul McHugh, ex jefe de Psiquiatría del John Hopkins Hospital, institución pionera en las operaciones de “reasignación de sexo” en los años 60, compara el trastorno de identidad de género con la bulimia y la anorexia, en cuanto desórdenes de autoaceptación: no importa cuál sea la realidad, el individuo siempre estará inconforme con su estado físico, y actuará en consecuencia para corregirlo, aunque atente contra su salud.
“La mayoría de los pacientes que se sometieron a tratamiento quirúrgico –narra a The Wall Street Journal– se dijeron ‘satisfechos’ con los resultados, pero sus consiguientes ajustes psicosociales no fueron mejores que los de quienes no habían sido intervenidos. Fue entonces que decidimos suspender las cirugías de reasignación de sexo, porque obtener un paciente ‘satisfecho’ pero todavía con problemas, nos pareció una razón inadecuada para seguir amputando órganos normales”.
La medida fue, pues, prudente, visto que ni mujeres ni hombres nuevos, sino hombres “feminizados” y mujeres “masculinizadas”, con sus problemas de identidad aún a rastras, son toda la recompensa que se puede esperar. Tal vez por ello sea oportuno que los adultos tomen sus decisiones solo tras reflexionar sobre el largo plazo, de manera que los chicos no lamenten un día las prisas con que se quiso sacar adelante “sus” intereses.
Aceprensa

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