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viernes, 20 de enero de 2017

500 años de la Reforma de Lutero

Este año se cumple el quinto centenario de la Reforma iniciada por Lutero. La conmemoración tendrá también un marcado acento ecuménico, como mostró la invitación al Papa Francisco a participar en la ceremonia inaugural en Lund (Suecia). Un obispo luterano alemán, el Dr. Jobst Schöne, ofrece en esta entrevista su perspectiva sobre la Reforma y el camino hacia la unidad entre protestantes y católicos.

Berlín. El Dr. Schöne es obispo emérito de la Iglesia Evangélica Luterana Autónoma de Alemania. Esta se distingue de la mayoritaria Iglesia Evangélica de Alemania (EKD), que es una federación de una veintena de Iglesias protestantes, incluidas algunas calvinistas.
— ¿Cuál es el origen de la Iglesia Evangélica Luterana Autónoma?
— En la Reforma surgieron dos corrientes que se distanciaron de la Iglesia católica romana: la de Wittenberg, con Lutero como principal figura, y la de Suiza, con Zwinglio y Calvino. La luterana se mantuvo siempre más cercana a la antigua Iglesia, y con ello a la Iglesia católica, que los “reformados” (calvinistas). Tras la conversión de un señor territorial del luteranismo al calvinismo, mientras que la población continuaba siendo luterana, se produjo la denominada “Unión” entre las dos confesiones, controlada por el Estado; en dicha Unión el luteranismo quedó en un segundo plano. Pero no todos los luteranos se resignaron a ello y fundaron una Iglesia independiente del Estado, que deseaba conservar el luteranismo sin diluirlo. Esta es la Iglesia Luterana Autónoma.

— ¿Cómo enjuicia hoy en día las 95 tesis que, según la tradición, clavó Lutero en las puertas de la iglesia de Wittenberg el 31 de octubre de 1517?
— Esas 95 tesis fueron un desencadenante, la famosa gota que colma el vaso. Si bien algunos historiadores –no sin motivo– ponen en duda que Lutero clavara esas tesis en las puertas de la iglesia, en 1517, se extendieron rápidamente por toda Alemania, gracias a la imprenta. Para Lutero, eso supuso una sorpresa, pues él no lo había previsto ni querido. Más tarde se interpretaron esas tesis, con las que se oponía al tráfico con las indulgencias, como momento decisivo de la Reforma.
Pero con esas 95 tesis, Lutero no quiso fundar una nueva Iglesia, sino renovar profundamente la Iglesia; en su primera tesis dice que toda la vida de los creyentes es penitencia; es decir, una conversión a Dios, que la penitencia no debe reducirse a una sola acción sacramental, en la confesión. Ahora bien, esto no significa que suprimiera la confesión; todo lo contrario: él mismo siguió confesándose frecuentemente. Para él, la concesión del perdón es una realidad.
— ¿Cuál es la postura de la Iglesia Evangélica Luterana Autónoma respecto de los sacramentos?
— Aquí seguimos con total claridad a Lutero, quien luchó apasionadamente por defender la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento del altar. Por eso lo tratamos con sumo cuidado: las formas que se consagran en la Misa y no se distribuyen, son consumidas en el altar, o como muy tarde en la sacristía. A diferencia del Consejo Evangélico Alemán (EKD), para nosotros no es un símbolo, sino una realidad. Lutero subrayó asimismo la realidad del efecto del Bautismo como acción de Dios, escondido tras el hecho de derramar agua sobre la cabeza del niño. Por ser instituido por Cristo, es una realidad que cambia a la persona desde ese mismo momento.
Se dice que los luteranos tienen solo esos dos sacramentos; pero eso no es cierto: si se leen nuestros escritos se aprecia que la confesión se entiende como sacramento, pero muy cercana al bautismo: es la vuelta a la gracia bautismal. Allí también se dice que la ordenación se puede denominar sacramento. El debate en torno al número de los sacramentos me parece poco útil, pues en la historia de la Iglesia, ese número clásico de siete sacramentos también sufrió cambios.
— Volviendo a lo que decía antes respecto de que Lutero no quiso fundar una nueva Iglesia: ¿Por qué se produjo la ruptura?
— Un factor decisivo fue que los obispos –al menos en el ámbito alemán– eran, casi sin excepción, al mismo tiempo señores temporales. De ese modo se vino a añadir un interés político y también económico: al atacar las indulgencias se atacaba una fuente de ingresos, de la que dependían los obispos. El obispo de Lutero –el arzobispo de Maguncia– tenía que devolver préstamos enormes a la familia de banqueros Fugger. Por eso, esos obispos se opusieron a las reformas de Lutero. La mezcla de poder temporal y espiritual en los obispos fue un factor decisivo.
Sin embargo, no existe conciencia de ruptura hasta cien años después de Lutero. La Paz de Westfalia, al fin de la Guerra de los Treinta Años en 1648, dice que existe una sola Iglesia, pero diferentes “fracciones”. Además, Lutero defendió posturas sobre las que la Iglesia romana todavía no había llegado a definiciones definitivas; esto sucedió en el Concilio de Trento. Es entonces cuando las diferentes “fracciones” afianzan sus posiciones.
— ¿Cómo estima la posibilidad de que se produzca la unidad de los cristianos?
— Para todos los cristianos debería ser objetivo común superar algún día esa funesta ruptura. Nadie sabe hoy cómo sucederá; lo que no creo es que se lleve a cabo con compromisos que busquen el mínimo común denominador, o con declaraciones de las que cada uno extraiga su propia interpretación. Eso no nos hace avanzar, sino que solo camufla las diferencias. Hay que hablar de ellas abiertamente y de quién está equivocado, de cómo puede modificar sus ideas para compatibilizarse con las ideas de los otros. Es un largo proceso, pero con muchas posibilidades, si se observa lo sucedido en los últimos cincuenta años.
A finales de febrero participaré en Roma en un simposio ecuménico sobre “Lutero y los sacramentos”, que se celebrará en la Gregoriana, la universidad de los jesuitas en Roma. Hace cincuenta años era impensable que teólogos luteranos y católico-romanos debatieran acerca de la postura de Lutero sobre los sacramentos. O que el Papa Francisco haya viajado a Lund para reunirse con representantes de la Federación Mundial Luterana y celebrar un servicio religioso conjunto. Su predecesor, Benedicto XVI, hizo cosas extraordinarias para impulsar ese movimiento, que no debemos olvidar ni empequeñecer. Que un Papa visite una comunidad luterana en Roma y regale un cáliz tiene un valor simbólico extraordinario, cuando se sabe interpretar. Estamos avanzando, pero no debemos ser impacientes.
aceprensa.com

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