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viernes, 16 de junio de 2017

Ignacio de Loyola

Siglo XVI. Desde su infancia el joven capitán Íñigo de Loyola ha querido demostrar que merece el respeto de su linaje. 

Decimotercer hijo de Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola, VIII señor de la casa de Loyola de Azpeitia, Íñigo ha sentido que se le ha negado ese honor que tanto añora, a favor de otros miembros de su familia. Militar de profesión, sueña a sus treinta años con emular a legendarios caballeros como Amadís de Gaula, que para él pasaría por emprender grandes gestas por la Corona de Castilla. Hombre valiente y pasional estará dispuesto a morir entonces contra el ejército francés en defensa del castillo de Pamplona. Pero Dios tendrá otros planes.
Insólita película filipina rodada en España, país que aporta también actores y coproducción. Ciertamente sorprende que el cine no haya prestado antes mayor atención a figura tan excepcional como es la del fundador de los jesuitas, Ignacio de Loyola (1491-1556), pues su historia tiene mucho de novelesco. Acierta este biopic en quedarse incompleto, es decir, en centrarse en la juventud del héroe –del santo– y no abarcar una trayectoria vital que tan sólo podría contarse en formato, digamos, de serie televisiva (lo cual, ya puestos, sería una gran idea). El director debutante Paolo Dy (Manila, 1978) decide así cerrar su film mucho antes de que la Compañía de Jesús irrumpiera en la cristiandad y centra su interés sobre todo en la batalla interior del protagonista, un personaje quijotesco, obsesionado con realizar hazañas caballerescas, llenas de valentía y honor, salvamentos de damiselas y muertes heroicas en el campo de batalla.

Para contar la historia de Ignacio de Loyola –producida por la Jesuit Communications Foundation–, Dy, también guionista, ha tenido con el asesoramiento de numerosos jesuitas y se ha basado en los escritos autobiográficos del propio santo, quien, cual si fuera un hombre de letras, aparece aquí varias veces dando rienda suelta a su imaginación literaria, contando las andanzas de quien sería su alter ego, el supuesto caballero en quien se quiere convertir. Esa licencia cinematográfica desconcierta un poco pero resulta efectiva a la hora de trasladar las ansias de gloria del personaje, unas ansias legítimas pero de sesgo orgulloso y bastante humanas, aunque sean a la postre las que conformarán el rasgo de su carácter que le haga escalar con radicalismo hacia las cumbres de la santidad, una vez se hayan purificado sus intenciones. La narración, por su parte, no pierde ritmo y está bien trazado el itinerario del protagonista, desde sus ademanes belicosos hasta su postración y posterior conversión, hasta llegar finalmente al proceso inquisitorial a que se vio sometido.
Ignacio de Loyola ofrece uno de sus mejores momentos en la escena de la tentación en lo alto del monte. Los efectos especiales son tremendamente efectistas, exagerados, pero también eficaces, mientras que el diseño de producción del resto del film está bastante cuidado pese a las limitaciones presupuestarias (obvias en el asalto del castillo), al igual que la calidad fotográfica, lo cual no quita que en ocasiones el conjunto resulte también afectado, poco natural, quizá incrementado por los propios personajes y las impolutas localizaciones. De todas maneras las interpretaciones son bastante correctas, comenzando por el poco conocido Andreas Muñoz (Arena en los bolsillos), quien expresa razonablemente bien el arco de transformación personal de Íñigo. Eso sí, resulta un poco estrambótico que, a estas alturas, todos los personajes hablen en inglés.

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