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domingo, 2 de diciembre de 2018

El día del Señor: Domingo 1º de Adviento (C)

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Comienza el tiempo de Adviento: algo menos de un mes para preparar a fondo la venida del Hijo de Dios. Es dichoso el tiempo de espera cuando lo que se aguarda es el amor. 

Un prodigio de caridad: el encuentro de Dios con el hombre en la intimidad inocente. Durante nueve meses se alimentó de la humanidad misma; Dios indefenso en el vientre de una Virgen. Más amor: el de María al fruto de sus entrañas. Porque es suyo. Porque es de Dios. Porque es Dios.

Dispongamos nuestra corazón con todo el ornato de que seamos capaces. Adornémoslo, como novia en día de boda. La liturgia insiste: ¡estad en vela!; como si dijera: ¡huid del pecado, dejad que la virtud anide en vuestras almas! Dejad hueco a la gracia. Abrid espacio para el don del Espíritu Santo. Vendrá. Sí, vendrá por el nuevo nacimiento de lo divino en lo humano.

Una apuesta decidida, durante estas semanas, de apartarnos del pecado. Porque la misericordia de Dios es tan grande que no solo perdona al pecador, sino que permite al hombre, hecho de barro, no caer en el fango del pecado.

Después del nacimiento de Cristo, la gracia ha llegado a todo aquel que quiera abrirle las puertas de su alma. El Espíritu Santo ha entrado en lo profundo del corazón humano. Fue el Verbo de Dios quien abrió la naturaleza humana a la presencia de Dios mediante su encarnación. Al hacerse hombre, ya se puede llegar a participar de la vida de Dios.

Además, por la muerte y resurrección de Cristo, hemos conocido la victoria definitiva sobre el pecado. Animados por la gracia y guiados por el Espíritu de Dios, seremos capaces de una vida conquistada para el amor. Al paso de Dios. Sin Él, imposible.


Iniciamos unos días de purificación interior para poder ir a Belén con el corazón purificado. Con los pastores, al encuentro de la Virgen. Y de José. 


La noticia de la inminente marcha hacia Belén acrecienta nuestros ánimos. En el Antiguo Testamento, los judíos se llenaban de alegría al preparar su peregrinación a la ciudad santa. Por eso cantaban, y nosotros lo recordamos en el salmo de hoy:

«qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor». Es cierto: entrar en la casa del Creador es motivo de gozo. No hay hombre que no se ilusione ante la perspectiva de ser invitado por alguien poderoso o famoso. ¿Cómo no exultaremos ante la perspectiva de entrar en la tienda que Dios ha plantado entre nosotros: Jesucristo?


Se trata de una purificación alegre, porque estamos en adviento. «Lo mismo que Jesús ha nacido según la carne en Belén de Judá, debe nacer también espiritualmente en cada una de nuestras almas. Hay una Natividad continua de Jesús en nosotros que es todo el misterio de la vida espiritual. 

Es preciso que nos transformemos continuamente en Jesús, que asumamos las disposiciones del Corazón de Jesús, los juicios de la inteligencia de Jesús; porque ser cristiano es transformarnos poco a poco en Jesucristo de manera que seamos verdaderamente los hijos del Padre, puesto que solo son hijos del Padre quienes han sido plenamente transformados en el Hijo, y el misterio de la vida cristiana es el de la transformación de cada una de nuestras almas en Jesús».


Ven, Señor, no tardes. Ven a mi alma llenándola de gracia. Ven al corazón de todos, creyentes y no creyentes, para que reine sobre la tierra tu virtud. Ven y no nos dejes nunca solos.

Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com





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