ACTUALIDAD

sábado, 20 de febrero de 2021

El día del Señor: domingo 1º de Cuaresma (B)

La Cuaresma es un don de Dios. El Señor desea nuestra conversión y nos regala una esperanza nueva. Es hora de responder a sus desvelos. Acompaño mis reflexiones.

Con la ceremonia de la imposición de la Ceniza, el Miércoles pasado, comenzaba la Cuaresma, tiempo de preparación para la gran Solemnidad de la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida, anticipo del que esperamos dar también nosotros. Un tiempo litúrgico fuerte que recuerda los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Dios por el desierto hacia la Tierra Prometida; los cuarenta días de Moisés y Elías previos al encuentro con Dios; los de Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; y, sobre todo, los de Jesús antes del comienzo de su ministerio público. Un tiempo, pues, de profunda renovación interior.

La Iglesia hace un llamamiento apremiante a cada uno de nosotros para que, así como Jesús se entregó por espacio de cuarenta días a un ayuno riguroso y rechazó las tentaciones del enemigo, de igual modo nosotros ayunemos de toda palabra u obra que no sea grata a Dios, preparándonos con sinceridad de corazón a las celebraciones pascuales, preludio de la Pascua eterna que disfrutaremos un día.

En nuestra vida cristiana no debe extrañarnos la tendencia a la comodidad egoísta. El Señor permite la tentación porque, al superarla con la ayuda de su gracia, ella hace a la persona más madura, más comprensiva, más realista, encaminándola así hacia la eternidad. “Dichoso el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman” (Sant. 1, 12).

La escena de hoy nos muestra que la condición de hijos de Dios revelada en el bautismo en el Jordán −“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,11)−, lejos de hacernos retraídos ante el mal y el pecado, en actitud de huida y temor a la derrota, nos lleva precisamente a tomar la iniciativa en la lucha, con valentía y confianza en la gracia, porque somos hijos de Dios.

Con este sentido positivo y activo de la lucha han vivido siempre los santos, porque no se miraban a sí mismos, sino a Cristo, que luchó y venció por ellos. San Agustín expresaba esta verdad así: “Cristo era tentado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne y te dio su salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las injurias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si fuimos tentados en Él, vencimos también al diablo en Él. ¿Te fijas en que Cristo es tentado y, sin embargo, no consideras su triunfo?”[1]. Por tanto, Jesús nos da ejemplo en este inicio de la Cuaresma y nos enseña a tomar la iniciativa en nuestra lucha cristiana llena de esperanza.

Cuaresma. Una oportunidad de oro para practicar por amor a Dios la oración, el ayuno y la limosna. Oración para conocer y amar cada día más a Jesucristo. Ayuno, no tanto del alimento cuanto de todo aquello que sabemos que desagrada a Dios. Limosna que, por ser un ejercicio de la virtud de la caridad, permite que nos acerquemos a la cumbre del vivir cristiano, porque la plenitud de la Ley de Dios es el amor.

Cuaresma. Una invitación a una profunda conversión que se traduzca en una piedad más sincera y constante, no abandonando la meditación de la Palabra de Dios, la Sta Misa y la Comunión con Él por motivos banales. Conversión que se refleje en un trabajo hecho de la mejor manera que sepamos y podamos, con ilusión por la obra bien hecha. Conversión que nos lleve a afrontar con ánimo deportivo las contrariedades y roces propios de toda convivencia, no volcando en los demás el vinagre del mal humor, del resentimiento. Conversión que lleve a una guarda decidida de los sentidos para proteger al corazón de la basura moral que, a veces, impregna el ambienta que nos rodea. En pocas palabras: en un empeño sostenido por apartar de nosotros pautas de comportamiento que desdicen de la conducta de un buen cristiano.

Decidámonos a acompañar estos días a Jesús contemplando su entereza al acercarse el momento de su Pasión y Muerte, valiéndonos de ese piadoso y estimulante ejercicio del Via Crucis, de la consideración de los Misterios de Dolor del Sto Rosario, o de la lectura atenta de esas horas de dolor que nos ofrecen los Evangelistas.

[1] San Agustín, Comentario sobre el Salmo 60.


+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 12-15.    

En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios;  decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

No hay comentarios:

Publicar un comentario