La presencia real de Jesús en la Eucaristía viene avalada por su Resurrección que contemplaron una muchedumbre de discípulos. Con esa presencia asombrosa el Señor nos acompaña siempre. Aquí están mis reflexiones.
Después del anuncio de la Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún, muchos discípulos abandonaron al Maestro porque les pareció difícil de aceptar el misterio eucarístico. Jesús plantea a sus discípulos por quién se quieren decidir (Juan 6, 61-70): ¿También vosotros queréis marcharos? Y Pedro, en nombre de todos, le dice: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios.
Una persona cuya fe y amor no se presenta como inconmovible, no creería realmente, ni amaría. Una vivencia auténtica de estas actitudes implica necesariamente la sensación de que nada puede destruirlas. Un amante que dice: Te amo ahora, pero no me atrevo a decir por cuánto tiempo, no ama, porque pertenece a la verdadera esencia del amor, decir: Nada puede cambiarlo ni modificarlo.
La amistad que Dios quiere establecer con el hombre, la común unión es tan estrecha, que Jesús la ilustra con esta escandalosa propuesta de comer su carne y beber su sangre.
Los Apóstoles dicen que sí una vez más a Cristo. También nosotros hemos dicho que sí, para siempre, a Jesús. Hemos abrazado la Verdad, la Vida y el Amor. Hoy es buena ocasión para examinar cómo es nuestra entrega al Señor, si dejamos con alegría todo los que nos aparte del seguimiento del Señor.
Decir que sí al Señor en todas las circunstancias significa también decir no a otros caminos, a otras posibilidades. Él es el Amigo; sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Nosotros, un día, encontramos a Jesús, y vimos abierto y señalizado el camino que nos conducía a Él; por fin, nuestra libertad no sólo servía ya para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: Cristo.
Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los instintos, dejarse llevar por las pasiones o por los que les apetece en un momento dado, sin comprender que en realidad se vuelven esclavos de ellas.
Para nosotros, las señales que garantizan nuestra libertad, son los Mandamientos de Dios, las leyes y enseñanzas de la Iglesia, los consejos que recibimos en la dirección espiritual; y aunque en ocasiones estas señales nos lleven por caminos menos cómodos, los seguiremos con alegría, porque nos llevan con seguridad a Cristo.
Las señales que el Señor nos va dando son de fiar: son brillantes puntos de luz que iluminan el camino, para que lo podamos ver y recorrer con confianza. Mientras cada día seguimos a Cristo, experimentamos la alegría de nuestra elección y el ensanchamiento de nuestra libertad, vemos a nuestro alrededor cómo viven en servidumbre quienes un día volvieron la espalda a Dios o no quisieron conocerle. Cuando le decimos al Señor: mi libertad para Ti, imitamos a la que supo decir: He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según Tu palabra.
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