Crisis matrimoniales, problemas, rupturas…, todas estas circunstancias, en ocasiones dramáticas, pueden contribuir a olvidar que, como decía el Papa Francisco en Amoris laetitia, el matrimonio no es un “peso a soportar toda la vida”, sino “un camino dinámico de desarrollo y realización”. Desde esta óptica, los católicos están invitados durante este Año de la Familia, que comenzó el pasado marzo y que culminará en junio de 2022, a presentar el atractivo esperanzador de la vocación familiar.
La familia importa. Y mucho. No se trata de recordar, nuevamente, que constituye la célula de la vida social, pues, aunque sea cierto, es necesario superar las abstracciones. Hoy los embates contra la belleza del hogar –contra “la alegría del amor” de la que habla el Pontífice– no tienen lugar en el terreno académico, ni solo en el hosco frente de las ideologías; permean la atmósfera cultural.
Las series, los videos de YouTube, las noticias o las novelas –basta con acercarse a la última de Jonathan Franzen (Encrucijadas), centrada en el funesto destino de una familia americana– interpretan la entrega esponsal, la fidelidad e incluso la procreación como una ocasión estúpida de rendirse al otro, como si se le diera al prójimo la oportunidad de infligirnos heridas.
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