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sábado, 27 de noviembre de 2021

El día del Señor Domingo 1º de Adviento (C)


Comienza el tiempo de Adviento. El Señor quiere nacer de nuevo en nuestro corazón. Preparémonos para tan singular acontecimiento. Acompaño mis reflexiones. 

“¡Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Estas palabras recogen el anhelo más hondamente sentido del corazón humano que palpa a diario tantos dramas y dolores, la desaparición de personas queridas y un día, también la nuestra.

No podemos vivir sin esperanza. Incluso quienes piensan que con la muerte acaba todo, también esperan en algo o en alguien. La misma expresión: “la vida es así y hay que tomarla tal como es”, que parece una aceptación estoica de lo inevitable, revela una protesta resignada contra el sometimiento de la libertad y la dignidad humana y la convicción de que las cosas no deberían ser así. 

La experiencia nos dice a todos, de un modo más o menos consciente, que somos un yo inteligente y libre, que tiene en sus manos las riendas de su vida y es responsable, que no es una cosa junto a otras muchas que componen el universo. Si, por lo demás, la naturaleza no conoce la extinción si no la transformación —no podemos hacer desaparecer nada de este mundo—, el hombre juzga rectamente cuando confía en la vida eterna. “La semilla de eternidad que en sí mismo lleva, y que es irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte” (G. S., 18).

“¡Alzad la cabeza...!” La llegada de Jesucristo a la tierra es la única esperanza de escapar a la muerte. Él es el Salvador, quien nos libera del pecado y sus consecuencias, transformándonos en hombres nuevos si colaboramos con Él en vigilia permanente para que “no se nos embote la mente” con una vida disoluta que impida “mantenernos en pie ante el Hijo del hombre” cuando llegue en el último día.

La vigilancia del Adviento es una tarea existencial que pone en juego todas las virtudes cristianas, disponiéndonos convenientemente para la llegada del Señor. “Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino... En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles. No pensemos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperemos también la futura” (S. Cirilo de Jerusalén).

Quien no espera la salvación que viene de Jesucristo ve, a poco que reflexione, cómo su vida es “una pasión inútil” (Sartre) y la historia humana, “un cuento que no significa nada explicado por un idiota” (Shakespeare). Todo consistiría en nacer, crecer, comer, trabajar, amar y sufrir..., y, un día, morir. Los cristianos, sin embargo, aguardamos con esperanza la llegada del Salvador: “Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre» (Lucas 21,25-28.34-36).

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