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sábado, 10 de septiembre de 2022

El día del Señor: domingo 25º del T.O. (C)

Es fácil reconocerse en uno de los dos hijos de la parábola y acudir a la misericordia infinita de nuestro Padre Dios. Acompaño mis reflexiones.

 
Todo conocimiento de Dios ha de arrancar de esta gozosa realidad: Dios es mi Padre. Un Padre que no se incomoda con la inconsciencia y las debilidades humanas, sino que está siempre dispuesto a abrir sus brazos paternales a sus hijos rebeldes o protestones.

Detengámonos un poco en esta consoladora realidad al hilo de esta soberbia parábola que acabamos de escuchar centrando nuestra atención en el comportamiento del Padre con estos dos hijos, porque en ella Jesús nos ofrece un retrato fiel del Corazón de Dios. Lo primero que llama la atención es que el amor del Padre por sus hijos es total. 

Total y absoluto, como se observa tanto en el diálogo con el mayor que ha vivido protegido por ese amor sin valorarlo, como en su comportamiento con el menor. El mayor está a su lado, ciertamente, pero lo que en el fondo desea es divertirse con sus amigos. El menor ha tirado la mitad de la hacienda y perdido la dignidad.

La alegría del Padre por el retorno de su hijo menor nos humedece los ojos. Antes de que el hijo abra la boca para disculparse ha corrido a su encuentro y lo ha cubierto de besos. "Tú temes una reprensión, y Él te devuelve tu dignidad, comenta S. Ambrosio, temes un castigo, y te da un beso; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para ti un banquete". Es realmente consolador. Pero, ¿y su comportamiento con el mayor, no es, si cabe, aún más conmovedor? Recordemos que al volver de su trabajo y ver la fiesta, la música, el banquete por el regreso de su hermano se irrita y se niega a participar en la fiesta. Piensa, tal vez, que su fidelidad no ha sido valorada y es víctima de un agravio comparativo. Con una ternura inmensa el Padre se dirige también a él: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; debería alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado". ¡Qué distinto es Dios de nosotros! ¡De qué forma tan otra se conduce cuando nos portamos mal con Él!

Pascal decía que "el corazón tiene razones que la mente no comprende". ¿No sentimos latir aquí el Corazón de Dios? Sí, Dios nos ama a pesar de que nosotros no lo hagamos, o lo hagamos de un modo poco entusiasta, como el hijo mayor. Es preciso reconsiderar muchas veces todo esto para que no desesperemos ante nuestras rebeldías y protestas, porque "quien ha sido objeto de la compasión divina -dice Juan Pablo II- no se siente humillado sino revalorizado".

Pidamos hoy esto: Señor, inculca esta verdad no sólo en mi cabeza y mi corazón sino en mi vivir diario. Que ante los reveses de la vida no pierda la serenidad, consciente de que nada ocurre que no sea para bien y oiga siempre en el fondo del corazón: tú eres mi hijo muy amado, en quien me complazco; hijo mío en mi Hijo.

«Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: éste recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola : ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve entonces el campo y va entonces busca de la que se perdió hasta encontrarla ? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros, gozoso, y al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que habrá entonces el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la necesitan.
¿Qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles: alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió. Así, os digo, es la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
Dijo también: Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su padre: padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame cono a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo. El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y la danza y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué pasaba. Este le dijo: ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. El replicó a su padre: mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró la fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él le respondió: hijo tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lucas 15, 1-32)

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