ACTUALIDAD

sábado, 11 de marzo de 2023

El día del Señor: domingo 3º de Cuaresma

Como a la mujer samaritana el Señor nos busca para llenarnos de esperanza y alegría. Acompaño mis reflexiones.

Quizá pasada ya la emoción por haber sido liberado de la esclavitud, el pueblo de Israel, torturado por la sed, comienza a murmurar contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para dejarnos morir de sed, a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» (Ex 17,3). A pesar de haber sido testigos de las maravillas de Dios, su presencia se hace menos evidente y, con el pasar del tiempo, les asaltan dudas: «¿Está el Señor entre nosotros, o no?» (Ex 17,17). Buscan pruebas sensibles que les confirmen en su camino, necesitan fortalecer su fe. El Señor entonces le dice a Moisés que golpee una roca, de la que «saldrá agua para que beba el pueblo» (Ex 17,6).

En la vida de toda persona existen momentos difíciles. Nos gustaría que todo se desarrollara sin imprevistos que alteren nuestros planes, pero la realidad no es así. Como el pueblo de Israel, podemos atravesar situaciones en las que nos sentimos como si Dios se hubiera alejado. Nos hallamos entonces superados por obstáculos externos o invadidos por una tristeza interior. Pero nos puede llenar de consuelo saber que ninguna prueba es mayor que la fuerza del Señor. Por muy fuerte que sea la sed de paz, de tranquilidad o de seguridad, Dios no dejará de velar por cada uno de sus hijos. «A veces, cuando todo nos sale al revés de como imaginábamos, nos viene espontáneamente a la boca: ¡Señor, que se me hunde todo, todo, todo...! Ha llegado la hora de rectificar: yo, contigo, avanzaré seguro, porque Tú eres la misma fortaleza: quia tu es, Deus, fortitudo mea»(San Josemaria)

¡Una página de oro! ¡Cuánta riqueza y profundidad en un encuentro lleno de naturalidad y sinceridad por ambas partes! Una página tan densa que desborda los límites de una homilía. Ciñámonos a ese escepticismo que reservamos, como la samaritana, ante las verdades que están más allá de lo de todos los días.

Inicialmente la mujer se extraña que un judío le dirija la palabra. Jesús pasa por alto los prejuicios sociales y el tono desenvuelto y un tanto hosco de ella y le dice que es dueño de un agua que apaga la sed para siempre. El escepticismo aparece: "¿eres tú más que nuestro padre Jacob...? ¿Es que hay algo mayor y mejor que los bienes de este mundo? Tenemos sed de bienestar, de afirmación personal..., pero vamos a apagarla en los aljibes de este mundo (Cf Jer 2,13). Jesús que conoce bien las expectativas del corazón humano dice: "Si conocieras el don de Dios..." ¡Palabras eternas, que saben a plenitud, y que despertaron en ella la sed de absoluto que toda criatura siente, provocando esta petición: "Señor dame esa agua"! ¡Pidamos a Jesús que nos dé sed de eternidad y no nos conformemos con el brillo prestado y fugaz de las cosas de esta vida!

Aunque Jesús ha despertado algo muy importante en el corazón de esta mujer, ella, aferrada a su modo de ver y de vivir -¡como nosotros!- añade burlonamente: así "no tendré que venir aquí a sacarla". Jesús, al ver su actitud, replica: "llama a tu marido". Cristo la coloca frente a su borrascosa historia y la mujer se siente ante alguien muy superior: "Señor, veo que tú eres un profeta" La conversación continúa por las alturas de la verdad de Dios y por la sinceridad de corazón que Él reclama. La conciencia, que es la voz de Dios resonando en el corazón y que Cristo ha removido, le ha hecho ver que no se puede adorar a Dios el Domingo y los demás días rendir culto al orgullo y la sensualidad.

"Sé que va a venir el Mesías". ¡También ella esperaba al Mesías, a pesar de la vida sentimental que llevaba! En toda alma hay una incurable sed de Dios. Jesús le responde con sencillez pero con un acento que la desconcierta: "Soy yo, el que habla contigo". La mujer, atónita, deja el cántaro en el pozo y corre alborozada a extender la noticia. ¿Por qué no buscar un encuentro personal con Jesús por la lectura atenta y diaria de la Escritura Santa, de una confesión sincera de nuestros pecados, de la Eucaristía? Ese encuentro provocará en cada uno el mismo sobresalto que en esta mujer y, como ella, sentiremos la necesidad de comunicarlo a la familia, los amigos y vecinos, ¡a todos! 


En aquel tiempo, Jesús llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva». Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna».
Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla». El le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá». Respondió la mujer: «No tengo marido». Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad».
Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad».
Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo». Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando».
En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?», o «¿Qué hablas con ella?». La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?». Salieron de la ciudad e iban donde Él.
Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come». Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis». Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para la vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga».
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Cuando llegaron donde Él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,5-42).

No hay comentarios:

Publicar un comentario