ACTUALIDAD

viernes, 7 de junio de 2024

El día del Señor: domingo 10º del T.O. (B)

La obediencia al querer bueno y sabio de Dios es lo que nos sitúa en el plano de la realidad, de la verdad

Contemplamos en la 1ª Lectura el relato del origen del mal en el mundo. La original armonía de la persona humana, entre el hombre y la mujer y entre estos y toda la creación que Dios había establecido, quedó rota por un uso equivocado de la libertad y de la legítima autonomía del hombre al desear ser como Dios, legislador del bien y del mal. Pero Dios no abandona a sus criaturas y Cristo, que es más fuerte que el mal, con su victoria pascual nos renueva interiormente y resucitaremos con Él un día aunque nuestro cuerpo se vaya desmoronando(2ª Lectura).

Las Lecturas de este Domingo se abren con la desobediencia de Eva, en la que coopera su marido, y se cierran con una alusión a la obediencia de María, la nueva Eva. Dios al crear al hombre lo colocó en un paraíso, “el jardín de Dios” (Ez 28,13), en el que “Yahveh Dios se paseaba a la hora de la brisa” (Gn 3,8). Ese paraíso se perdió por un engaño del Demonio y la desobediencia humana. Pero Jesucristo ha vencido con su obediencia a la serpiente antigua (cf. Ap 20,2) y nos ha abierto un nuevo Edén (cf. Mt 3,16), en el que está el árbol de la vida (cf. Ap 2,7). Por lo tanto, la obediencia a la voluntad de nuestro Padre Dios es la llave.

Jesús aprovecha la embajada de sus parientes para volver a recordar la primacía del cumplimiento del querer de Dios, asegurando que quien hace suyo ese querer entra a formar parte de su propia familia (cf. Ef 2,19). “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” La obediencia al querer bueno y sabio de Dios es lo que nos sitúa en el plano de la realidad, de la verdad, de la alegría, lo que libera realmente. El yugo del Señor es justamente la libertad, como el yugo del amor entre los que se quieren es el secreto y la posibilidad de su mutua felicidad.

No deberíamos entender el cristianismo como enemigo de todo lo que es alegría y libertad sino como el mejor aliado de ellas. Dios no quiere esclavos sino hijos, no quiere ver al hombre triste sino feliz. Él nos ha creado para el amor, la felicidad, la libertad, pero sabe que tenemos la triste posibilidad de confundir una medicina con un veneno; sabe que la sed de infinito con que todo corazón humano sueña corre el riesgo de ser apagada en una charca y no en la verdadera fuente.

La obediencia a la voluntad de Dios, a sus mandamientos, no recortan ni anulan nuestra libertad sino que la hacen posible. La libertad no es un absoluto, es poder elegir entre distintas posibilidades, por eso lo que importa es elegir bien, y esto es justamente lo que Dios desea. La libertad absoluta, la libertad de la libertad, como la llaman los filósofos, conduce al capricho unas veces, al nihilismo otras, y a la esclavitud siempre. Esclavitud del yo, del error, del pecado. Es el amor de Dios el que señala el camino de la verdad y del bien. Como ha dicho S. Josemaría Escrivá, “cuando nos decidimos a contestar al Señor: Mi libertad para Ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas”. Tomemos buena nota de estas palabras de Cristo: “Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”

“En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían: -‘Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios’.

Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: -‘¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se revela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre’.
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: -‘Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan’.
Les contestó: -‘¿Quienes son mi madre y mis hermanos?’ Y, pasando la mirada por el corro, dijo: -‘Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’” (Marcos 3,20-35).

No hay comentarios:

Publicar un comentario