“Se quedaron asombrados ...porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. El pueblo fue sensible a esta autoridad de Jesús ya que nunca emplea, como hacían los profetas, la fórmula típica: “Así dice el Señor”. Él habla siempre en nombre propio: Oísteis que se dijo a los antiguos, pero yo os digo. (cf Mc 2, 29).
Esta autoridad, tan distinta y tan superior a la de los mandatarios de este mundo, la ejerce sobre las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, la muerte y, como vemos en el Evangelio de hoy, sobre los espíritus malignos. “En Jesús hay, no un poder extraordinario, sino la misma omnipotencia divina” (K. Adam).
En la sinagoga donde estaba enseñando, un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Esta acusación diabólica se refleja en la mentalidad de quienes sólo toleran a Dios y a su Iglesia en el ámbito privado, como un estorbo molesto, o un enemigo de la libertad y la justa autonomía humana. Hay quienes están interesados en imponer a gritos, a través de diversos medios, una cultura laicista, antirreligiosa, silenciando y ridiculizando lo católico, ofreciendo a cambio un goce egoísta. La Iglesia se asemeja así a su Maestro: “El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirá a vosotros” (Jn 15, 20). El odio de los sin dios es estéril, pero es clarividente y sabe contra quien debe dirigirse. “Sé quién eres: el Santo de Dios”, dijo este poseso de Cafarnaún.
Hay un pecado que, de un modo reposado y con la cabeza serena, dice no a Dios. Es la postura de los instruidos de todos los tiempos y que J. Pieper ha expresado admirablemente: “Un Dios impersonal, ¡bien está!: un Dios subjetivo de los verdadero, bello y bueno detrás de nuestra mente, ¡mejor todavía! Una fuerza vital informe..., ¡eso es lo mejor de todo! Pero Dios mismo, vivo, que tira de la otra punta de la cuerda..., el Rey, el Esposo, ¡eso es algo completamente distinto!” Y viene el rechazo.
Pero con Jesucristo ha entrado en la historia humana este misterio de luz y de salvación. Este poder que se impone a cualquier otro, permanece en su Iglesia y no significa subordinación de todo lo que hace la vida más rica y gratificante. Al contrario, Él devuelve al hombre y a la sociedad su ser original, como devolvió la salud a este poseso de Cafarnaún.
Justo Luis Ruiz Sánchez de Alva
Justo Luis Ruiz Sánchez de Alva
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