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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Discrepar no es discriminar

Unos cristianos evangélicos, el matrimonio McArthur, regentan una pastelería en Belfast, Ashers Bakery. En 2014, un cliente homosexual les encargó una tarta adornada con una imagen de Epi y Blas, los personajes de los teleñecos, y el lema “Apoya el matrimonio gay”. 
Ellos rehusaron, porque el mensaje es contrario a sus convicciones. El cliente, activista LGTB, los demandó por discriminación, y fueron condenados a una multa de 500 libras. Recurrieron a la High Court del Ulster, que la semana pasada falló otra vez contra ellos. La sentencia ha provocado numerosos comentarios en los medios británicos; la mayoría la consideran contraria a la libertad de conciencia o a la libertad de expresión.
Algunos de los que han salido en defensa de los McArthur se declaran homosexuales. Neil Migley dice en The Telegraph: “Como gay, apoyo enérgicamente el derecho de los reposteros cristianos a no hacer tartas progay”. A su juicio, la ley norirlandesa por la que se les ha condenado establece algo absurdo: que “si eres gay, estás legalmente capacitado para forzar a un cristiano convencido a hacerte una tarta”.

Migley lamenta en particular que los homosexuales, durante mucho tiempo discriminados, ahora aparezcan en el lado de los que discriminan. La igualdad de derechos o incluso el matrimonio homosexual, dice, se consiguieron mediante la persuasión. “Habiendo ganado esas batallas políticas ejerciendo nuestras propias libertades políticas, es paradójico que tantos gais se empeñen en negar libertades semejantes a los cristianos (o a cualquiera que disienta de la causa gay)”. Ahora que cuentan con la aceptación general, no deberían olvidar que “ningún consenso político predominante autoriza jamás a negar a una minoría, incluida una minoría de dos reposteros de Belfast, el derecho a pensar de otra manera”.
En términos parecidos se expresa otro homosexual conocido, Peter Tatchell, que ya en febrero pasado, con ocasión de otra fase del proceso judicial, publicó que había cambiado de opinión y se declaraba a favor de los McArthur. Tras la última sentencia, ha escrito en The Independent que “la derrota de Ashers Bakery no es una victoria de la comunidad LGTBI, sino que sienta un precedente autoritario y peligroso”. Como alegaron, sin éxito, los mismos encausados, Tatchell señala que “no discriminaron contra el cliente porque era gay; su objeción era contra el mensaje que él quería que pusieran en la tarta”. “La discriminación que se debe prohibir es contra las personas, no contra ideas y opiniones”.
Tatchell advierte adónde lleva la lógica de la sentencia. Si se puede forzar a los McArthur a contribuir a promover el matrimonio homosexual, entonces se podrá exigir a los pasteleros gay a decorar tartas con eslóganes homófobos; a un impresor musulmán, a publicar caricaturas de Mahoma, y a uno judío, a imprimir un libro que niegue el Holocausto.
Un argumento similar emplea The Guardian en un editorialque critica la sentencia por contraria a la libertad de expresión. A los pasteleros se les quiso “obligar a expresar una opinión que rechazaban con hondo convencimiento”. “Cada uno está en su derecho de tener su opinión, pero no existe derecho alguno a forzar a otros a difundirla y ni siquiera reproducirla”.
También se han pronunciado en contra de la sentencia otros comentaristas, como Fionola Meredith en el Belfast Telegraph o Melanie McDonagh en The Spectator.

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