Hoy está de moda reconocer que vivimos en burbujas ideológicas. Es un avance admitir que encerrarnos en cámaras de resonancia donde solo se oye el eco de “los míos”, vuelve insípida la propia vida intelectual y el debate público. Por el mismo motivo, también habría que celebrar que haya gente dispuesta a pensar y a hablar fuera de la caja de las opiniones que se llevan.
En 2011, Eli Pariser dio la voz de alarma sobre cómo los algoritmos se sirven de nuestros gustos para proponernos contenidos personalizados, evitándonos otros menos afines. Desde entonces, se han multiplicado los llamamientos a pinchar las burbujas y a salir al encuentro de ideas que desafíen nuestra forma de ver el mundo.
Algunos medios han querido aportar su granito de arena, buscando la manera de ofrecer una variedad mayor de perspectivas. La periodista María Sánchez Díez citaba como ejemplos las informaciones que se toman en serio a los votantes de políticos criticados por esos medios; los fichajes de analistas que no siguen la línea editorial; o las herramientas que muestran, al final de una noticia, puntos de vista alternativos sobre el asunto tratado.
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