Al escuchar en este evangelio al Señor repetir por tres veces:
no tengáis miedo, lo primero en que pensamos es la situación actual de pandemia
universal. Podemos empezar por ahí. El Señor nos invita a no dejarnos llevar
por el miedo ante esta grave situación sanitaria y nos recuerda la razón fundamental:
Dios es nuestro Padre.
Si otras veces nos hemos referido a la singularidad con
la que Dios nos habla en la Sagrada Escritura y nos muestra su cuidado para con
nosotros: Yo te he creado, te he redimido…. Aunque una madre se olvidare del
hijo que lleva en sus entrañas, no me olvidaré de ti. Hoy lo hace de una manera
muy gráfica: hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Valéis más
vosotros que los gorriones. Es decir, Dios es infinitamente Padre.
San Josemaría que conoció con hondura esta realidad sobrenatural,
por don de Dios, escribe: ¿Contento? Me dejó pensativo la pregunta. No se han
inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente -en el
corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios.
Con este evangelio el Señor nos invita a profundizar en
nuestra filiación divina, Dios -que es nuestro Padre- es infinitamente misericordioso.
Él es el que más sufre ante esta pandemia universal.
Al tiempo que nos
tranquiliza, espolea nuestra responsabilidad para vivir con hondura nuestra
vocación cristiana en estos momentos: perseverar en nuestra oración diaria, en
la santificación de nuestras tareas familiares y profesionales y en vivir la
caridad y la misericordia con todos los que nos rodean. Es hora de sacar propósitos
concretos.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, nos dice. El
cristiano ama la vida y, en consecuencia, evita los riesgos para él y los demás
en este tiempo de pandemia. Respeto a la muerte si, miedo no. La muerte vendrá,
cuando Dios quiera, como Dios quiera enviada por nuestro Padre Dios. Al traspasar
esa puerta final nos espera Jesucristo para recibirnos con los brazos abiertos.
Temed a la muerte eterna, a la condenación. Haced buen uso
de vuestra libertad. Dios quiere nuestra felicidad aquí y la plenitud después
en el Cielo. La misericordia de Dios es infinita, Dios está dispuesto a
perdonarnos siempre.
Recuerdo que el beato Alvaro, que fue prelado del Opus Dei,
nos daba una charla a los que nos preparábamos para recibir la ordenación
sacerdotal. Nos decía, si un pecador reincidente os pide confesión muchas veces
en un mismo día de la misma falta lo absolveréis y le explicaréis que la
misericordia de Dios es infinita. El Señor nos perdona siempre. Es momento de
hacer mucho apostolado de la confesión.
No tengáis miedo. No está de moda ser cristiano. Dios no
está presente en la vida pública. Se le relega al santuario de la conciencia. Debemos
ir a contracorriente. No ocultéis por vergüenza vuestra condición de
cristianos. El Señor recuerda que sus discípulos debemos ser luz. Cuánto agradecimiento
tenemos a personas concretas que con su ejemplo, testimonio y palabras nos han
ayudado a ser mejores cristianos.
San Juan Pablo II hablando de la obligación que tenemos de ser
protagonistas de una nueva evangelización repetía con frecuencia: Los enemigos
de Dios de lo único que tienen miedo es de que los cristianos perdamos el
miedo.
Buena ocasión la meditación de este evangelio para renovar el propósito de ser
más apostólicos. Con la oración, la santificación de la vida familiar y del
trabajo y con un trato amistoso y amable con todos.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,26-33):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.
Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
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