El Señor manifiesta su omnipotencia en la sinagoga de Cafarnaún, nos recuerda que nos acompaña siempre con su poder y misericordia y espera de nosotros que llevemos a los demás esa esperanza tan necesaria en estos momentos. Acompaño mis reflexiones.
Marcos fue el discípulo que puso por escrito los recuerdos de Pedro sobre la vida de Jesús. En el evangelio de hoy se inicia el relato de una jornada entera del Señor. Aquel día pudo quedar especialmente grabado en la memoria de Pedro, porque transcurrió en el entorno de su propio hogar. Según los hallazgos arqueológicos realizados en la zona, la sinagoga de Cafarnaún quedaría bastante cerca del lugar en el que se emplaza un antiquísimo culto cristiano en la antigua casa de Pedro.
Como todos los habitantes piadosos del lugar, el sábado por la mañana el Señor llegó junto con sus discípulos a la concurrida sinagoga. “Se quedaron asombrados ...porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. El pueblo fue sensible a esta autoridad de Jesús ya que nunca emplea, como hacían los profetas, la fórmula típica: “Así dice el Señor”. Él habla siempre en nombre propio: Oísteis que se dijo a los antiguos, pero yo os digo. (cf Mc 2, 29). Además la muchedumbre percibe la coherencia de su vida. La ejemplaridad de su existencia refrenda su enseñanza que asombra, consuela e impulsa al encuentro personal con El que finaliza en la conversión si se corresponde a su gracia.
El evangelio recoge con frecuencia la novedad absoluta con la que Jesús se dirige al pueblo. Novedad que lleva poco a poco a los oyentes a reconocerle como el Mesías prometido. Se encuentran ante la realidad asombrosa de la presencia de Dios hecho hombre. Que les expresa el tesoro del Evangelio contenido en sus palabras y acciones y que culminará la salvación con su muerte y resurrección.
Esta autoridad, tan distinta y tan superior a la de los mandatarios de este mundo, la ejerce sobre las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, la muerte y, como vemos en el Evangelio de hoy, sobre los espíritus malignos. En Jesús hay, no un poder extraordinario, sino la misma omnipotencia divina.
Otra de las notas que destacan en este pasaje inicial del ministerio de Jesús es que, además de asombrar con la autoridad con que enseña ejerce un poder absoluto sobre el mal. En la sinagoga donde estaba enseñando, un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Esta acusación diabólica se refleja en la mentalidad de quienes sólo toleran a Dios y a su Iglesia en el ámbito privado, como un estorbo molesto, o un enemigo de la libertad y la justa autonomía humana. Hay quienes están interesados en imponer a gritos, a través de diversos medios, una cultura laicista, antirreligiosa, silenciando y ridiculizando lo católico, ofreciendo a cambio un goce egoísta. La Iglesia se asemeja así a su Maestro: “El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirá a vosotros” (Jn 15, 20). El odio de los sin dios es estéril, pero es clarividente y sabe contra quien debe dirigirse. “Sé quién eres: el Santo de Dios”, dijo este poseso de Cafarnaún.
Desde el primer momento nos aclara que la peor de las aflicciones que se puede sufrir es la influencia del maligno, ya sea en un caso extremo, como nos revela San Marcos, ya sea por vivir adheridos a lo que nos separa de Dios
Con Jesucristo ha entrado en la historia humana este misterio de luz y de salvación. Este poder que se impone a cualquier otro, permanece en su Iglesia y no significa subordinación de todo lo que hace la vida más rica y gratificante. Al contrario, Él devuelve al hombre y a la sociedad su ser original, como devolvió la salud a este poseso de Cafarnaún.
Los apóstoles serían enviados a predicar y a expulsar demonios en nombre de Jesús. También los cristianos estamos llamados a colaborar con el Maestro en la tarea de la evangelización, disipando la acción de los enemigos de las almas. Lo haremos precisamente anunciando el evangelio con coherencia de vida.
El Papa Francisco explicaba esta llamada apostólica así: “El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad... El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio es capaz de cambiar a las personas. Por lo tanto, es tarea de los cristianos difundir por doquier la fuerza redentora, convirtiéndose en misioneros y heraldos de la Palabra de Dios”.
Evangelio (Mc 1,21b-28)
Entraron en Cafarnaún y, en cuanto llegó el sábado, fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Y se quedaron admirados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas. Se encontraba entonces en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
—¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!
Y Jesús le conminó:
—Cállate, y sal de él.
Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos estupefactos, de modo que se preguntaban entre ellos:
—¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen.
Y su fama corrió pronto por todas partes, en toda la región de Galilea.
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