A ello hay que añadir un elemento nuevo. El cambio constante de criterio político al albur de las novedades científicas, como el correcto uso de la mascarilla, conformaron «la tormenta perfecta para dar pábulo a teorías apocalípticas de todo tipo», destaca Carlos Mateos, presidente de la entidad Salud sin Bulos, que trabaja con 70 sociedades científicas para desmontar todo tipo de bulos desde hace tres años.
Javier Granda, vocal de la Junta Directiva de ANIS (Asociación Nacional de Informadores de la Salud), lleva 19 años escribiendo sobre materia sanitaria. Especialistas como él enfatizan que en estos catorce meses ha habido un carrusel de incertidumbres científicas que han propiciado el levantamiento de hordas de negacionistas. Estos han actuado, mayoritariamente, en las redes.
En esa montaña rusa de desinformaciones hubo dos momentos álgidos: al inicio, cuando el coronavirus era para muchos «un timo» y un invento creado de manera inicua (según aseguró el agricultor ilerdense Josep Pàmies); y, segundo, en los momentos previos a la puesta de la primera vacuna, cuando se dispararon los mensajes de que los sueros que trabajan con ARN mensajero iban a modificar el código genético de las personas. Cosa que no tiene soporte científico, reseña José Alcamí, virólogo del Instituto Carlos III, que desmiente enseguida el bulo que «cobró mucho volumen»: «El RNA nunca llega al núcleo donde están nuestros genes. Mucha gente llamaba preguntándome si nos cambiaba el material genético.Nunca se habían probado vacunas así».
La primera vacuna
Alcamí añade que el «gesto de vacunar al primer sanitario»ya fue un hecho probado contra estas pesquisas que buscaban el desprestigio –también– de las compañías farmacéuticas, pues miles de personas se sumaron al carro de que el coronavirus había sido planificado por ellas con intenciones deshonestas para su enriquecimiento.
«Los negacionistas han llegado para quedarse», sintetiza el virólogo del Carlos III. Y «no son cuatro tontos o cuatro gatos; son muchas personas con intereses ideológicos y económicos definidos», corrobora Emilio Molina, vicepresidente de la APETP (Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas). Al margen de esos dos beneficios, «también hay quienes lanzan una idea solo para ver hasta dónde llega, como si fuese el aviso de una bomba. Y otros que lo hacen con la buena intención de que se sepa. Les importa que llegue a oídos de todo el mundo y no se dan cuenta de que están difundiendo un bulo que puede hacer mucho daño a quien lo recoge», dice Mateos.
Cuando hay ánimo de crear un perjuicio grave o de aprovecharse y sacar un lucro, entonces los ‘cazabulos’ de la Policía sí pueden atribuir un delito. «Los agentes han tenido que aprender también a medida que avanzaba la pandemia cómo se reproducían estos mensajes, se monitorizan redes, se controla la actividad de un grupo de usuarios, se rastrean IP... Muchos han sido denunciados por la ciudadanía etiquetando o dirigiéndose a @policia», dice a ABCRoberto Fernández, jefe de la sección de Redes de la Unidad Central de Ciberdelincuencia de la Policía Nacional.
También se han ‘aficionado’ a rastrear Telegram, el ámbito donde estos divulgadores de ‘fakes’ se mueven como pez en el agua. De hecho, hay más de 60 canales creados con tal fin, con más de 20.000 personas inscritas y que participan activamente en la difusión de esas noticias tan cuestionables.
Los agentes de la Policía Nacional que combaten delitos tecnológicos han calibrado que estos meses se han disparado hasta un 50% los ciberdelincuentes y su actividad. Algunos, con finalidad claramente política, posterga Fernández. «Pero lanzar una noticia falsa en sí con el propósito de desincentivar al adversario no incumple ninguna norma penal», agrega el agente. Los ‘cazabulos’ de la Policía se han tenido que emplear a fondo, puesto que ha habido una intensidad de cebos sanitarios con objetivo comercial y de estafa. «Los chorizos se han quedado en casa, encerraditos, y entonces han cometido sus fechorías en internet», aduce Roberto Fernández.
Contra los 'coronabulos'
El vicepresidente de la APETP se queja, por su parte, de la impunidad que deja la Ley de Salud Pública a charlatanes, ‘youtubers’ e ‘influencers’. Los propagadores de ‘hechos fake’ se acogen a la libertad de expresión para volcar cualquier idea loca y no se les puede achacar un delito, por lo que no tiene un castigo penal. «La norma «debería reforzarse», opina Molina, para perseguir a quien pone en peligro la salud de todos.
Molina forma parte de una legión de expertos a la caza del desinformador a través de un canal en Telegram que se llama Observatorio de los ‘Coronabulos’. Aquí han denunciado desde ‘festivales de besos y abrazos’ organizados para poner a prueba al virus, hasta la cartelería de gurús que se colgaban en marquesinas. También han puesto en evidencia a las iniciativas agrupadas con la coletilla ‘por la verdad’ (médicos por la verdad, abogados por la verdad y policías por la verdad) que nunca buscaron la verdad, sino prodigarse en iniciativas conspiranoicas contra las mascarillas o la distancia de seguridad. «La media verdad es mucho más peligrosa que la mentira», asevera Molina.
Esos grupos, entre los que se encuentran los médicos de la alianza Comusav, han desafiado las directrices que se han dado en torno al SARS-CoV-2. Exactamente igual a lo que ocurrió un siglo antes con la gripe, tal y como describe John M. Barry en ‘ La gran gripe’. Otro paralelismo con aquella pandemia del siglo XX es el combate de las ondas de radio entonces y ahora con las torres de telefonía del 5G. En Londres o Berlín se destruyeron miles de antenas porque cundió la idea de que el virus se extendía a través de estas redes. En 1918 la némesis eran las ondas de radio de larga distancia, que agravaban la enfermedad.
Por último, entre los ‘cazabulos’ que han surgido y se van profesionalizado no han faltado tampoco los investigadores. Alcamí hace autocrítica. «Se ha tenido prisa en prepublicar miles de artículos que se han colgado sin revisión de pares y han resultado ser una auténtica basura». Junto a ello, los medios de comunicación también están en el punto de mira. «La dictadura del clic ha preponderado, ha habido prisas por publicar los hallazgos que no tenían la necesaria evaluación. Se ha buscado el titular y la audiencia ha consumido miles de artículos que no eran válidos. Es un aprendizaje importante de cara a futuras crisis. Hay que fiarse de fuentes fiables y buscar el aval científico», recoge el vocal de ANIS.
Mejor injusticia que infortunio
Muchos sociólogos dicen que para la ciudadanía es más fácil abrazar la idea de injusticia que la de infortunio o la desgracia, por lo que se han buscado culpables externos de esta crisis: sea un país, una farmacéutica sin ‘cash’, o científicos trastornados. Estudios internacionales demuestran que los más jóvenes son los más vulnerables a caer en las garras del ‘coronabulo’ y que inocular en ellos el virus antivacuna es bastante sencillo.
Malestar, desconfianza, descontento y falta de certezas son las palabras que repiten los ‘preppers’ o ‘survivalistas’ que se preparan para sobrevivir ante la siguiente pandemia con armas del todo ficticias. «Se produce una ceremonia de la confusión», resume Alcamí, que provoca que lo que ‘muten’ sean informaciones que generan ruido de fondo. Ahí es cuando vuelven a operar los ‘cazabulos’, un ejército que trabaja a la sombra, al otro lado de la pantalla, y que salen a la palestra para arrojar luz sobre la única verdad: en 14 meses el virus se ha llevado por delante la vida de 3,5 millones de personas, un dato que también cuestionan los negacionistas, para quienes los gobiernos se han inventado que el patógeno sea letal con el ánimo de coartar nuestras libertades.
abc.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario