“Le presentaron un sordo...”. A nuestro alrededor hay personas que, sin excluirnos en ocasiones a nosotros, están como sordos a la voz liberadora de Dios, ese murmullo eterno y amoroso que, como el viento, procede del Padre y del Hijo: la voz del Espíritu Santo. Personas a las que debemos conducir hasta el Señor, yendo nosotros delante. El Espíritu Santo Digitus paternae dexterae, la diestra de Dios, como lo llama la Liturgia, abrirá el oído para que muchos amigos nuestros escuchen y escuchemos también nosotros la Verdad que no pasa.
Hay una sordera del alma que al desoír las continuas llamadas del Señor endurece el corazón, porque como la discordancia entre lo que la conciencia dice y lo que en realidad se hace no se soporta sin remordimiento, se buscan excusas y aflora la auto justificación. Este modo de obrar, al hacerse casi crónico, cauteriza la conciencia que se vuelve sorda a los requerimientos divinos. “La soberbia violenta a la memoria, la oscurece: el hecho se esfuma, o se embellece, y se encuentra una justificación para cubrir de bondad el mal cometido, que no se está dispuesto a rectificar; se acumulan argumentos, razones, que van ahogando la voz de la conciencia, cada vez más débil, más confusa” (S. Josemaría Escrivá).
“No quisiera que ignoraseis, hermanos míos, de qué modo se baja o, por mejor decir, se cae en estos caminos. El primer escalón es el disimulo de la propia flaqueza, de la propia iniquidad..., perdonándose el hombre a sí mismo, auto consolándose, se engaña. El segundo escalón es la ignorancia de sí, porque después de que en el primer grado cosió el despreciable vestido de hojas para cubrirse, ¿qué más lógico que no ver sus llagas, especialmente si las ha tapado con el solo fin de no verlas? De esto se sigue que, aunque se las descubra otro, defienda con tozudez que no son llagas, dejando que su corazón se abandone a palabras engañosas para buscar excusas a sus pecados” (S. Juan Crisóstomo). Deslizarse por esta pendiente es fácil ya que “el mismo Satanás se transforma en ángel de luz” (2 Co 11, 14).
S. Marcos nos ha conservado la palabra aramea: effethá, ¡ábrete! Hay que hablar, abrir el alma en la dirección espiritual. “No te apoyes en el consejo de cualquiera. Trata sí con un varón piadoso que sabes que guarda los preceptos de Dios, cuyo corazón es semejante al tuyo. Y permanece en lo que resuelvas, porque ninguno será para ti más fiel que él. El alma de ese hombre piadoso ve mejor las cosas que siete centinelas en lo alto de una atalaya. Y en todas ellas ora por ti al Altísimo para que te dirija por la senda de la verdad” (Eccl 37, 14-19).
Necesitamos asesoramiento, contrastar nuestros enfoques y directrices con quien tiene ciencia y piedad y así afrontar con criterio cristiano los variados problemas que la vida presenta. ¡Effethá, abrirnos a la voz del Señor con la asistencia a unos medios de formación, la lectura, la charla con un buen amigo, un sacerdote, aparcando esa manida excusa de “no tengo tiempo” y que aboca a la sordera del alma!
«De nuevo, saliendo de la región de Tiro, vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen un sordo y mudo, y le ruegan que le imponga su mano. Y apartándolo de la muchedumbre, metió los dedos en sus orejas, y con saliva tocó su lengua; y mirando al cielo, dio un suspiro, y le dice: Eftétha, que significa: ábrete. Al instante se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» (Marcos 7; 31-37)
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