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sábado, 12 de febrero de 2022

El día del Señor: domingo 6º del T.O. (C)

Las bienaventuranzas reflejan el rostro de Jesús y nos muestran el camino. Acompaño mis reflexiones. 

Este evangelio nos permite constatar que Dios no está lejos de nosotros tampoco ante el dolor, el hambre, el sufrimiento, la persecución… su cercanía «es antídoto contra el miedo de quedarnos solos ante la vida. De hecho, el Señor a través de su Palabra con-suela, es decir: está con quien está solo. Hablándonos, nos recuerda que estamos en su corazón» 1.  La Palabra de Dios, que siempre es elocuente e interpela, lo hace de un modo especial en momentos de debilidad o de injusticia. Es más, nos permite acoger la realidad de un modo nuevo en el que siempre vemos posibilidades de sembrar el bien.

 «Las bienaventuranzas son un nuevo programa de vida, para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes, presentes y futuros»2.  Al provenir de quien es la vida, su enseñanza es la única que sacia plenamente el deseo de autenticidad y de verdad de nuestros corazones.

En una ocasión, un profesor preguntó a san Josemaría cómo guiar a sus alumnos hacia una verdadera libertad. El fundador del Opus Dei recordó el modo de comprender la realidad de quien se ha dejado transformar por la perspectiva del Evangelio: «Yo sé que enseñas a los niños que la libertad nos la ha ganado Cristo en la Cruz –comenzó diciendo–; que Él subió al patíbulo de la Cruz por amor nuestro, para ganarnos la libertad; que la liberación no es liberación del dolor, de las contradicciones, de la calumnia, de la difamación de la pobreza (...). No se rebela contra la pobreza, la acepta; no se rebela contra el trabajo, lo acepta; no se rebela contra la autoridad, la acepta; no se rebela contra la enfermedad, la acepta; no se rebela contra los padres, los acepta y los ama; ni contra los maestros, que hacéis una labor paterna y materna» 3.

Esta aceptación no es una actitud de abnegación pasiva, como quien se conforma con algo que no comprende; al contrario, es una aceptación de quien, con la confianza de que Dios Padre está misteriosamente detrás de todas aquellas situaciones, mientras no puede poner remedio, las abraza con la serenidad con la que Jesús abrazó la cruz para salvarnos a todos.

"Maldito quien confía en el hombre y en la carne pone su fuerza, apartando su corazón del Señor... Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su confianza". Las Lecturas de hoy están unidas por una mima idea: el sano desprendimiento de los bienes de esta vida empleándolos como enseña S. Agustín: "con la templanza de quien los usa, no con el afán de quien pone en ellos el corazón".

 Hemos de pedir a Dios que sepamos usar de tal modo de los bienes presentes, con los que Él no deja de favorecernos, que merezcamos alcanzar los eternos. "Por muy brillantes que sean el sol, el cielo y las nubes, recordaba a sus fieles Newman, por muy verdes que estén las hojas de los campos; por muy dulce que sea el canto de los pájaros, sabemos que no todo está ahí y que no tomaremos la parte por el todo. Estas cosas proceden de un centro de amor y de bondad que es el mismo Dios; pero estas cosas no son su plenitud; hablan del cielo, pero no son el cielo; en cierto modo son solamente rayos extraviados, un débil reflejo, son migajas de la mesa".

El desprendimiento cristiano no es un desprecio de los bienes de esta vida ni desafecto por las personas; es colocarse a la suficiente distancia de ellas para valorarlas en su justa medida, sin subestimarlas ni idolatrarlas. Es hacer realidad aquel consejo de Jesús: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura" (Mt 6, 33); porque los atractivos de este mundo pasan" (1 Cor 7, 31).

"Acostúmbrate, ya desde ahora, dice S. Josemaría Escrivá, a afrontar con alegría las pequeñas limitaciones, las incomodidades, el frío, el calor, la privación de algo que consideras imprescindible, el no poder descansar como y cuando quieras, el hambre, la soledad, la ingratitud, la incomprensión, la deshonra...".

¡Desprendimiento que lleve a moderar los gastos caprichosos o de pura ostentación, que son una afrenta para los que carecen de lo más elemental para vivir, empleando ese dinero en aliviar tanta necesidad! ¡Desprendimiento de la comodidad para estrujar bien las horas sin quejas egoístas cuando el trabajo pesa o se amontonan los contratiempos! Quien vive así, no anda deslumbrado por paraísos temporales que suponen un fraude para las aspiraciones humanas más hondas, sino que se abre a esa plenitud eterna con la que el corazón humano sueña y para la que fue creado por Dios.


En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: 

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas. (Lucas 6,17 20-26)

1)  Francisco, Homilía, 24-I-2021.
2)   Benedicto XVI, Ángelus, 30-I-2011.
3)   San Josemaría, Apuntes de una reunión familiar, 2-VII-1974.


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