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sábado, 26 de noviembre de 2022

El día del Señor: domingo 1º de Adviento (A)

El Adviento es tiempo de esperanza. El Señor viene para responder a todos nuestros anhelos. Acompaño mis reflexiones. 

Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, unos días de espera porque sabemos que la venida de Jesús está cerca. La liturgia de este domingo nos invita a considerar nuestra vida de cara a esta llegada del Señor: «Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos» .

 Toda nuestra existencia es un tiempo de espera hasta ese gran día en que Jesús vendrá para llevarnos junto a sí. Por eso, como preparación a ese encuentro, la sabiduría de la Iglesia nos hace suplicar a Dios un mayor deseo de hacer el bien. Escribe san Pablo en su carta a los Romanos: «Ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora nuestra salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe» (Rm 13,11). 

Dios nos dejó en herencia este mundo nuestro, quiere que nos dediquemos a cuidar a los suyos, nos anima a sembrar el bien en nuestra vida y a nuestro alrededor. Algún día –no sabemos cuándo– volverá el Señor. ¡Qué alegría llevaremos al corazón de Cristo cuando ese día salgamos a su encuentro! Hasta que llegue ese momento deseamos estar vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora. Nos preparamos para la Navidad que llega y la Navidad eterna: el encuentro con Dios al término de esta vida. Para ello tendremos a excelentes maestros: Isaías, Juan Bautista, José y María, la Madre del Señor.

Toda nuestra vida es un adviento, una espera gozosa y esforzada hacia una vida sin fin. Nuestro corazón no está hecho para la destrucción sino para la existencia, para lo verdadero, lo bello, lo amable, lo justo... Pero si Cristo no hubiera venido al mundo  no habría esperanza de que esto pudiera ser una realidad, ya que la experiencia diaria convence al hombre -a veces de forma macabra- que el mal, la mentira, la violencia, la enfermedad y la muerte adquieren un protagonismo abusivo. 

Por eso no hay mentira mayor que buscar un paraíso en la tierra. No hay engaño mayor que el de quien trabaja por una justicia, una paz, un orden que no esté basado en Cristo.

Con todo, no podemos olvidar que hay en nosotros una tendencia a absolutizar las cosas de esta vida olvidando nuestro destino eterno. "Vigilad", nos dice Jesús, porque el peligro de deslizarse hacia la sensualidad, no valorando sino lo que se puede tocar, lo que hace más placentera la vida, así como el narcisismo que nos repliega sobre nosotros mismos desplazando de nuestro horizonte vital a Dios, es algo constante.

¡En cuántas ocasiones, absorbidos por los problemas diarios vivimos instalados en un profundo sopor que olvida el sentido trascendente de la vida! Se vive como drogado y se muere convenientemente sedado en un hospital para no enterarse tampoco de la importancia de ese trance. Un cristiano no debe conducirse por miedo a su Padre Dios, pero sí de un modo responsable, de forma que los cantos de sirena que a lo largo de la travesía de la vida intentan seducirlo, no le desvíen del trayecto que le conduce al puerto de la salvación. 

Preguntémonos: ¿Qué orientación estoy dando a mi vida? ¿Busco en medio de mis ocupaciones habituales al Dios de todas las cosas, o son esas cosas las que me alejan de Dios? Es en medio del trabajo, de la vida familiar y social, de la colaboración por una sociedad más humana y solidaria, donde cada uno decide su felicidad para siempre. Estas cosas desempeñadas como Dios quiere, son las que nos preparan para la segunda venida del Dios de todas las cosas.

Adviento, tiempo de preparación para recibir al Señor que llega en Navidad, y para imprimir a nuestra vida un valor de eternidad, porque la segunda venida de Cristo sorprenderá a los hombres en lo que estén haciendo, bueno o malo. 


«Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mateo 24,37-44).

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