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sábado, 5 de noviembre de 2022

El día del Señor: domingo 32º del T.O. (C)

Resucitaréis, nos dice el Señor: el amor de Dios nos quiere hijos suyos en la tierra y, después de la muerte, gozando para siempre de Él, en el Cielo. Acompaño mis reflexiones.

Leemos en el Evangelio de la Misa de hoy, que al­gunos de los miembros de la secta de los saduceos, que se caracterizaban por negar la resurrección de los muertos, se acercan a Jesús para conocer su pensa­miento sobre este tema; y le plantean una situación que, en apariencia, lleva a un final contradictorio. 

La res­puesta del Señor corrige el punto de vista de aquellos hombres, quienes, al negar la resurrección de los muer­tos, cierran sus vidas a Dios. Jesús les dijo: —Los hijos de este mundo, ellas y ellos, se casan; sin embargo, los que son dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos, no se casan, ni ellas ni ellos. Porque ya no pueden morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hi­jos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Que los muer­tos resucitarán lo mostró Moisés en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Pero no es Dios de muertos, sino de vivos;todos viven para Él (Evangelio, Lc 20, 34-38).

El Señor les enseña no sólo la verdad de la doctrina de la resurrección, como parte del plan divino sobre los hombres, sino también la realidad del amor de Dios, que nos quiere hijos suyos ya en esta tierra y, después de la muerte, para siempre gozando de Él en el cielo. Jesucristo vino al mundo con el fin de que los hombres de­jaran de debatirse en las tinieblas (cfr. Jn 8, 12) y, al tener luz, pu­dieran hacer del mundo un lugar donde las cosas sirvie­ran para dar gloria a Dios y ayudaran al hombre a con­seguir su último fin. Sin embargo, la luz brilla en las ti­nieblas, y las tinieblas no la recibieron. Son palabras ac­tuales para una buena parte del mundo, que sigue en la oscuridad más completa pues, fuera de Cristo, los hom­bres no alcanzarán jamás la paz, ni la felicidad, ni la sal­vación. Quien desconoce o rechaza a Cristo, se queda sin luz y ya no sabe por dónde va el camino. Queda de­sorientado en lo más íntimo de su ser.

Al faltar la luz de Cristo, muchos han llegado a con­siderar el mundo como fin en sí mismo; sin ninguna re­ferencia a Dios, llegan incluso a ergiversar las verdades más básicas. De modo particular, en algunos países, «son muchas las generaciones que se están perdiendo para Cristo y para la Iglesia en estos años, y porque des­graciadamente desde estos lugares se envía al mundoentero la cizaña de un nuevo paganismo. Este paganis­mo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspon­diente olvido —mejor sería decir miedo, auténtico pavor— de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortifi­cación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido» (Álvaro del Portillo, Carta, 25-XII-1985, n. 4).


Todo se acaba con la muerte, afirman algunos como estos que negaban la resurrección y abordaron a Jesús. El Maestro les contestó a la pregunta que planteaban que Dios es un Dios de vivos, no de muertos.

"Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro". Esta última afirmación del Credo, constituye la respuesta cristiana a la esperanza radical del hombre. No se puede vivir instalado permanentemente en la duda, el temor, la inseguridad. No se puede vivir sin esperanza. Incluso en aquellos casos en que no se cree en nada ni en nadie, la criatura humana siempre se aferra a algo o a alguien. Es la intuición o el anhelo profundo de que el mal, en cualquiera de sus variantes, no tendrá la última palabra. Sin embargo, la muerte es el aplastamiento total y sin remedio de toda esperanza terrena.

Del corazón humano emerge esta pregunta: ¿Nos convertiremos en ceniza o seguiremos viviendo de otra manera? Si la ciencia asegura que nada se crea ni se destruye sino que se transforma -la naturaleza no conoce la extinción sino la transformación-, ¿quiere esto decir que nos convertiremos en polvo cósmico integrándonos en la energía total?

Sí, nos dice el Señor, hay quienes serán "juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". Conviene recordar esto frente a los que defienden que al final de los tiempos tendrá lugar la restauración de toda la creación, incluido el mal que hay en ella. Demonios y condenados tendrían al final un sitio en el gran cuadro de la nueva tierra y el nuevo cielo. Así, los golpes que el mal causó a la humanidad, surcándola de injusticias, de llanto y muerte, serían lo que el cincel y el martillo para la realización de la obra de arte.

 Se le acercaron algunos de los saduceos los cuales niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si el hermano de uno muere dejando mujer, y éste no tiene hijos, su hermano la tomará por mujer y dará descendencia a su hermano. Pues bien, eran siete hermanos; el primero tomó mujer y murió sin hijos, y lo mismo el siguiente; también el tercero la tomó por mujer; los siete, de igual manera, murieron y no dejaron hijos. Finalmente murió la mujer. Ahora bien: en la resurrección, la mujer ¿de quién será esposa? Porque los siete la tuvieron como esposa». Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; sin embargo, los que sean dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos, no tomarán ni mujer ni marido. Porque ya no podrán morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Que los muertos resucitarán lo mostró Moisés en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán, y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Pues no es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para El». Tomando la palabra algunos escribas dijeron: «Maestro, has hablado bien». Y ya no se atrevían a preguntarle más» (Lucas 20,27-40).

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