1. «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo». La noticia suena contradictoria. ¿Qué interés puede tener Dios en dejar al hombre en manos del enemigo? ¿Resulta que el Espíritu Santo, en vez de conducir a la verdad plena, se entretiene ahora abandonando a las criaturas al arbitrio de Satanás? ¿Qué juego macabro es este? ¡Ayúdanos, Señor, a entender!
«Tras la victoria en la batalla, el emperador decidió honrarle con la mayor condecoración que el Imperio Romano concedía»[1]. Los romanos agasajaban con pompa extraordinaria a cuantos se mostraban heroicos en la batalla, y Marino había brillado por su fiereza y capacidad bélica. Merecía ser enaltecido a la vista de todos. Su valentía no debía quedar oculta.
Sin embargo, uno de entre el público gritó: «¡¡Marino es cristiano!!». No lo podemos saber, pero no importa suponer que el móvil fue la envidia. Se hizo el silencio absoluto, porque sabían que el castigo por ser seguidor de Cristo no era otro que la pena capital. El emperador decidió dar otra oportunidad a su valiente soldado. Le concedió un día para que pensara su respuesta. Si renunciaba a su fe, salvaría la vida.
Marino visitó a su obispo, y le puso al tanto de la situación. En un primer momento no le dijo nada: tan solo extendió sobre el suelo su capa y situó sobre ella una espada y una cruz. Entonces, sentenció: La gloria del cielo o la gloria de la tierra. Elige. La gloria eterna o la gloria que se muere.
Todo hombre, también los cristianos, somos puestos delante de la tentación para que podamos renovar nuestro amor eligiendo a Dios. El Espíritu puede conducir a la tentación; pero Él mismo nos dará la fuerza que necesitamos para elegir la gloria eterna. Es casi una paradoja: la tentación es útil para el crecimiento espiritual, porque evita el apoltronamiento de las almas, el regusto amargo de una conciencia satisfecha.
Dicho con una imagen muy gráfica, la tentación es la cama elástica de la vida espiritual. Cuando resuena en nuestro interior su cautivador y engañoso silbido, nos hundimos hacia lo más bajo de nuestras pasiones –sensualidad, orgullo, envidia o lo que sea–, pero, si reaccionamos a tiempo movidos por la gracia, subimos mucho más alto del lugar donde empezamos. La tentación se convierte entonces en una ocasión de amar más a Dios y a los demás.
Marino llegó a ser san Marino porque eligió la gloria de Dios y dejó a un lado los honores humanos. ¿Y tú qué has dejado de lado por Dios?
2. En este primer domingo de Cuaresma, se pone de manifiesto la verdad de nuestra condición. En ocasiones nos parece que somos unos seres imponentes, enormes, capaces de grandes cosas. Nos endiosamos en nuestra competencia intelectual o técnica, en lo que hemos hecho o nos hemos propuesto hacer. Pero la verdad es que somos tremendamente limitados.
«La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida»[2]. En definitiva, la liturgia de hoy nos invita a conocer, sin tapujos ni componendas, lo poco que valemos. Espero que esta afirmación no te siente mal... Recuérdalo: es mucho mejor caminar en la verdad que fuera de ella.
La película Matrix revolucionó los efectos especiales en los años 90, y puso en boca de muchos una discusión muy filosófica. ¿Qué es mejor: vivir en la verdad, aunque sea incómoda, o en la mentira, si es placentera? Uno de los personajes del filme se decide por la segunda opción. Su frase, con la que firma la traición de todo el grupo, pasará a la historia: «la ignorancia es la felicidad». Muchos, hoy en día, se guían por ese mismo lema. Les dices que algo de lo que hacen no está bien y te responden: «no me líes... cada uno piensa como quiere...». A menudo prefieren no pensar nada. Neo, el protagonista de la película, elige con valentía el camino de la verdad, aunque esté plagado de penalidades y persecución.
Matrix es una película, pero la alternativa que plantea es tremendamente real. El mundo, a veces tan ficticio, con sus móviles todopensantes, las revistas de moda con chicas ultraperfectas, la música superromántica y los cracks de fútbol marcando golazos... puede ocultar la verdadera naturaleza de las cosas: que somos limitados, contingentes, falibles; que estamos heridos de muerte y que lo más grande que tenemos es nuestra capacidad de pedir perdón, de perdonar y de amar.
¿Cómo adquirir esa verdad bien profunda en el alma? ¿Cómo radicarla definitivamente en lo más íntimo de la conciencia? La Iglesia propone tres medios. Abrázalos: ayuno, limosna y oración. Lo que afecta al estómago, al bolsillo y al alma. Así de clarito. ¿Por qué?
Detengámonos en el ayuno. Cuando dejas de comer te das cuenta de lo poco que vales: nada. Sufres y te medio enfadas. Por el contrario, si abundas en pasteles de nata, ibéricos de recebo y solomillos con reducción de Pedro Ximénez, difícilmente llegarás a entender lo poquito que vale tu cuerpo. Así de claro. Tus conversaciones serán elevadísimas sobre aspectos snobs y muy freak; pero de lo que en realidad vales no sabes nada de nada. Seguirás sin encontrarte contigo mismo. No entenderás por qué tal cosa te pone triste o aquella otra te hace palidecer. La respuesta es sencilla: porque no te conoces. Porque, en pocas palabras, no has gustado ni la limitación de tu cuerpo ni la grandeza de tu alma.
3. Así pues, experimentar tentaciones «es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal»[3].
La limosna y la oración, que son los otros medios queridos por Dios para vivir una cuaresma fructífera, nos elevan a las cosas de Dios y nos encienden en nuestra lucha contra el pecado.
Limosna y plegaria describen la hoja de ruta que conduce a la victoria contra el pecado. La pobreza nos hace amigos de Dios; y la plegaria, hijos.
Un buen amigo, de quien tengo noticia solo de año en año, me escribía la pasada Navidad: «Acabo de enviarte una transferencia de un donativo. La crisis aprieta, pero todavía he podido disponer de esta cantidad. Espero que esta Navidad sintáis muy cerca al Señor, ya que los pobres sois sus favoritos (El Papa no se cansa de decirlo...)».
La oración tiene que ver también con la pobreza; es el desprendimiento del alma, que sabe que nada puede y acude fielmente –a diario– a la misericordia de Dios.
Los pobres somos los favoritos de Dios. Tú y yo alcanzamos esa virtud también cuando abrazamos valientemente el ayuno, la limosna y la oración. Haz planes concretos. Ya. Ahora. Serán poco deslumbrantes, pero que sean para cada día de esta Cuaresma. ¿Ya los tienes?
EVANGELIO
San Mateo 4, 1-11
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y, después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: —«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó diciendo: —«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: —«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: —«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Después, el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: —«Todo esto te daré si te postras y me adoras». Entonces, le dijo Jesús: —«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces, lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles y le servían.
[1] P. Domínguez, Hasta la cumbre (Madrid 20098) 44. También para la historia que sigue.
[2] Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011.
[3] Ibíd.
Es en estos días cuando más cerca me siento de Dios, pues trato de acercarme más a la oración. Y es cierto: con la barriga llena nadie piensa con claridad de las cosas que importan y sin klimosna no podemos darnos cuenta de lo que valen las cosas para muchas personas menos favorecidas. Gracias por la homilía, padre.
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