Quien se atreve a poner en solfa las nuevas ortodoxias que la cultura del momento considera intocables, se arriesga a sufrir el peso de la ley o del linchamiento mediático. Acertado análisis de Aceprensa sobre este tema de actualidad
Cientos de miles de personas han salido a la calle en Francia y en otros países con pancartas con la frase “Je suis Charlie”, para condenar el atentado a Charlie Hebdo y defender la libertad de prensa. La violencia del terrorismo de cuño islámico se ha visto no solo como el asesinato de unas personas, sino también como un ataque a la libertad de expresión y al papel de la prensa en una democracia. Ha sido una reacción necesaria. Aunque fuera un semanario poco leído, la opinión pública ha comprendido la necesidad de defender su derecho a la crítica frente a los que han intentado silenciarlo del modo más bárbaro.
A juzgar por estas reacciones se diría que en Occidente la libertad de expresión es nuestro valor más querido y respetado, y que los terroristas que han atentado contra la revista francesa son una especie de alienígenas peligrosos ajenos a nuestra civilización.
Por desgracia, el amor a la libertad de expresión –de los demás– no está tan arraigado. Un semanario satírico comoCharlie Hebdo supone el derecho a ridiculizar lo pomposo, a no reconocer nada intocable, a caricaturizar los tabúes. Su imagen de marca es fustigar sin contemplaciones, sin que le importe nada que alguien se sienta ofendido.
La Europa liberal del momento está dispuesta a compartir esta actitud cuando se dirige contra las viejas ortodoxias, ya inoperantes culturalmente, o contra fenómenos sociales extraños a nuestra sociedad. En cambio, quien se atreve a poner en solfa las nuevas ortodoxias que la cultura del momento considera intocables, se arriesga a sufrir el peso de la ley o del linchamiento mediático. Y es que la ortodoxia liberal, como las anteriores, intenta crear un clima social en el que se considere inadmisible proponer la postura contraria.
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