Frente al progreso de la ideología de género en los países occidentales, contrasta la iniciativa de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) en la actual Copa Mundial Femenina de Fútbol celebrada en Canadá. En el curso de esta competición, la FIFA permitirá “a los equipos que tengan dudas sobre el sexo de una jugadora contrincante obligar a esta última a someterse a un test de feminidad”, explica Le Monde (11-06-2015). Si bien dicho Reglamento existía ya desde el anterior mundial de 2011, había pasado inadvertido hasta ahora.
Esta normativa de la FIFA difiere de modo patente de las líneas principales del informe relativo a la igualdad de género, aprobado el pasado 9 de junio por el Parlamento Europeo por 341 votos a favor, 281 en contra y 81 abstenciones. Este documento no vinculante, presentado por la eurodiputada socialdemócrata alemana María Noichl, refrenda la llamada ideología de género. Dentro de un documento en teoría dirigido a luchar contra las discriminaciones a la mujer en el ámbito laboral, se cuela de rondón la teoría según la cual el sexo no es algo objetivo, sino una opción sociocultural que se elige o se cambia a voluntad de cada individuo. Así, se pide a la Comisión Europea “que los Estados miembros permitan el pleno reconocimiento del género elegido por la persona, incluso con el cambio de nombre propio, del número de afiliado a la Seguridad Social y otras indicaciones del género en el documento de identidad”.
Sin embargo, dicha ideología parece quedar invalidada en el mundo del fútbol, donde la distinción biológica entre el sexo masculino y femenino es, a tenor de la FIFA, un requisito imprescindible. Cada “miembro participante deberá, antes de proceder a la designación de su selección nacional, asegurarse de que todas las jugadoras participantes en la competición sean del sexo adecuado”, explica el Reglamento de 2011. En sus declaraciones para el diario Bild (27-05-2015), la entrenadora de la selección alemana defendía que “la FIFA debe de tener sus razones. Nosotras lo hemos comprendido y estamos contentas de poder constatarlo: nuestras jugadoras son todas del sexo femenino”.
Entre los detractores del test se encuentra Anaïs Bohuon, historiadora del deporte y profesora de la Universidadde París-IX. Bohuon defiende que estos tests reflejan una idea normativa de lo que es la feminidad, que depende solamente de “qué es lo que esperamos de una mujer en la sociedad” (Le Monde, 11-06-2015). Pero lo que espera la FIFA es bien simple: que la mujer futbolista tenga genes femeninos, porque se trata de una competición para mujeres.
Por otra parte, el test de feminidad no es algo nuevo. Nace en el ámbito del atletismo en 1966 en los Juegos de la Commonwealth en Kingston, así como en el Campeonato Europeo de Atletismo que tuvo lugar en Budapest en el mismo año. En esta segunda competición, el test obligó al delegado soviético a retirar a cuatro de sus atletas. Desde el examen de los órganos genitales, pasando por el estudio de la mucosa bucal y la tasa de testosterona, la sofisticación de esta prueba ha ido en aumento. El test dejó de ser obligatorio a partir de los Juegos Olímpicos del año 2000, pero la FIFA lo recuperó en 2011 con el objetivo de “garantizar la igualdad de condiciones a todos los jugadores”. El Reglamento de 2011 defiende que, en un campeonato de fútbol, “la verificación del sexo adquiere particular relevancia”.
La discordancia entre el Reglamento de la FIFA y la propuesta del Parlamento Europeo sobre la elección de género apunta, en último término, al choque entre dos planos: las exigencias de la ideología frente a las exigencias de la realidad. Cuando se trata de cosas serias –el fútbol parece estar entre ellas–, la distinción entre hombres y mujeres debe ser clara, sin dejar espacio a la ambigüedad de “sentirse” de este o del otro sexo. Algo que sí es admitido, curiosamente, en un Parlamento internacional donde las cuestiones en juego no son precisamente lúdicas.
Aceprensa
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