“Levántate y come, porque te queda todavía mucho camino”. Estas palabras que el Ángel del Señor le dijo al profeta Elías cuando se sintió cansado y deseó morir, nos las podría dirigir hoy a nosotros invitándonos también a alimentarnos con el pan de la Eucaristía. Y lo que el profeta no hubiera conseguido con sus propias fuerzas , lo obtuvo con la ayuda del Señor: Elías “se levantó, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios”.
¡Nos cansamos y no tenemos un tónico recuperante que nos devuelva el entusiasmo por las cosas de Dios! Las contrariedades van abriendo una brecha por la que entra el desaliento, una visión más practica y realista se va adueñando de la situación pues nuestro mundo es endiabladamente difícil y comienzan las compensaciones, el regateo y las componendas. El mismo paso del tiempo, que no transcurre sin pasar factura, nos golpea y se alía de nuestros hábitos que se convierten entonces en cómplices de nuestra rutina.
“Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no le atrae”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. La comunión frecuente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es lo que nos permite levantarnos cuando el cansancio se apodera de nosotros. Un inmensa corriente vital que brota del seno de Dios, como esa agua viva de la que habla Jesús, inunda el corazón del cristiano proporcionándole la fuerza necesaria para recorrer el camino. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28), dice el Señor.
En la Sagrada Eucaristía recibimos el manantial de donde brota toda la ayuda que precisamos, en Ella recibimos al autor mismo de la gracia: “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”. No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. S. Josemaría Escrivá, al hablar de la Sagrada Comunión, veía al Señor como “el Amigo: vos autem dixi amicos, dice.
Nos llama amigos y El fue quien dio el primer paso; nos amó primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo ofrece… Era amigo de Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para nosotros vida: “Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda”, sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida”.
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