Jesús recuerda que llegará un día en que Él aparecerá entre las nubes del cielo con gran poder y gloria para juzgar a la Humanidad y “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (1ª Lectura).
Habrá, pues, un juicio. Llegará un momento en que el Señor dirá la última palabra y aparecerá con toda su vigencia el valor de la vida cristiana. La ironía, la sonrisa suficiente ante lo que se estimó como algo ingenuo o insensato enmudecerán. “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (Evangelio).
Sabemos que siempre que Cristo se refirió al Juicio puso el acento en el servicio a los demás y en las omisiones, lo que debimos hacer o decir y no lo hicimos o dijimos. “De todas las faltas de mi existencia -confiesa Guitton-, las que pesan más sobre mi conciencia, porque me parecen irreparables, son las faltas por omisión. ¡Cuántas veces, temiendo las miradas o las sonrisas, he pecado por omisión! ¡Cuántas veces he preferido callarme en vez de dar testimonio! Stendhal tenía razón al decir respecto a un amigo heroico que no había sido ‘bravo más que en la guerra’. He conocido a varios de estos héroes de las dos guerras mundiales que nunca habían tenido miedo a la muerte y que cedían ante el temor de una censura”.
¡Omisiones! No estoy para nadie. Si me llaman, que estoy en una reunión importante y no puedo atenderle. Papá o mamá están cansados, ve a ver la Tele..., y frases similares. Naturalmente esto habrá que decirlo algunas veces: debemos proteger nuestro descanso y nuestro tiempo de los inoportunos. Pero si estamos de tal modo embebidos en nuestro trabajo y aficiones personales que difícilmente encontramos tiempo para Dios y para los demás, es preciso que corrijamos ese desorden.
Cristo pone el acento en las omisiones y en el espíritu de servicio, la disponibilidad para lo de la Iglesia y del bien común de los que nos rodean. Cuando no declino compromisos en el ámbito familiar, cultural, social, político, para que la educación, el respeto a la vida, la moralidad pública, la convivencia ciudadana, etc., mejoren siendo generoso con mi tiempo, mi dinero, mis conocimientos, estoy colaborando con Jesucristo, cristianizando la sociedad en la que vivo. Si, además, acudo con frecuencia al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, no seré juzgado, porque, como recuerda el Catecismo de la Iglesia, “en este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena... Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida ‘y no incurre en juicio’ (Jn 5,24)” (C.E.C,1470).
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