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jueves, 16 de noviembre de 2017

El futuro de Israel, condicionado por el judaísmo ultraortodoxo

Jerusalén.— Israel pasará a la historia, entre muchas otras cosas, por haberse constituido como el único Estado confesionalmente judío. Sin embargo, aunque la imagen que pudiera transmitir al exterior sea de una nación judía homogénea, la realidad es que uno de los principales retos políticos que Israel tiene por delante –además del conflicto palestino– es el de integrar en una misma tierra maneras diametralmente opuestas de entender el judaísmo.
La secularización de Occidente no se ha quedado a las costas del mediterráneo: Israel es, en muchos aspectos, un país occidental más en el que la forma de entender sociedad, Estado y religión suscita el dilema de cómo lograr la coexistencia entre quienes ven en el judaísmo la clave de interpretación de la realidad en su conjunto y quienes lo cuentan como un elemento más dentro de la cultura y tradición recibidas.
Gran parte de la comunidad jaredí se caracteriza por un rechazo de la modernidad occidental
Los jaredíes (del hebreo חֲרֵדִים, que significa “los que temen a Dios”) o –como se suele llamarlos– “ultraortodoxos” representan, dentro del judaísmo, la práctica religiosa más devota. Al igual que otros grupos de judíos, creen que Dios entregó la Torá a Moisés en el Monte Sinaí junto con sus respectivas reglas y mandamientos (mitzvot), 613 en total, que componen el cuerpo de la ley judía (Halajá). Pero, a diferencia de la mayoría de sus coetáneos, se caracterizan por una interpretación prácticamente literal del texto de la ley judía, y por adoptar posturas radicales en el resto de ámbitos de la vida cotidiana.
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