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viernes, 17 de noviembre de 2017

Una razón para vivir

En 1994 moría Robin Cavendish. Nacido en 1930, padecía desde 1958 una parálisis hasta el cuello a resultas de contraer la polio en África. Empresario dedicado a la producción y venta de té en Kenia, Robin se había casado en 1957 con Diana Blacker, tras abandonar el Ejército, donde trabajó siete años y alcanzó el grado de capitán. 

 El único hijo de Robin y Diana, Jonathan, es el productor de esta película que cuenta la vida de su familia, dedicando una especial atención al empeño que pusieron sus padres y un grupo de amigos en desarrollar un pulmón de acero instalado en una silla con ruedas para que Robin pudiese vivir en casa y moverse fuera de ella. El actor Andy Serkis, célebre por sus trabajos con captura de movimiento (el Gollum de El Señor de los Anillos, el mono César de El Planeta de los Simios), se estrena como director con una historia muy bien interpretada por Garfield y Foy, magníficos en sus papeles. 

La realización salva las dificultades de un relato que abarca casi cuarenta años. Especialmente interesante es el tramo central que ilustra la lucha de Diana (verdadera protagonista de la historia) por ayudar a su marido y a los que padecen una enfermedad como esa. El libreto lo firma un cotizado guionista, famoso por películas como Tierras de penumbra, Gladiator, Mandela o Everest. No tiene sentido destripar la película. En el obituario de Cavendish queda claro que fue un ateo que paradójicamente ayudó a muchos a acercarse a Dios. 

Un hombre alegre y animoso que quiso morir nada más quedar paralizado y vivió muchos años sostenido por el amor de su esposa y el afecto de sus amigos, que siempre dijeron que tras estar a su lado daban ganas de vivir y ser mejor. No fue fácil, hubo que batallar, pero la lucha de Cavendish y su esposa ayudó a muchos enfermos similares a salir adelante. Juzgar su muerte, en dramáticas circunstancias y con las imprecisas fronteras del ensañamiento terapéutico muy presentes, no corresponde a nadie. No a mí, al menos. Me quedo con esa mujer admirable y discreta, que mueve a los científicos y a los médicos a no olvidar que somos mucho más que un cuerpo. 

Y que hay una medicina poderosísima llamada amor. La película me parece especialmente valiosa por respetar la personalidad de los protagonistas, gente flemática, educada para no exteriorizar sentimientos con efusividad. En eso se nota que el guionista estudió Literatura Inglesa en Cambridge y dirigió medio centenar de documentales antes de dedicarse a la escritura de ficción cinematográfica.

Alberto Fijo
Aceprensa

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