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domingo, 12 de noviembre de 2017

El día del Señor: domingo 32º del T.O. (A)

La parábola que acabamos de escuchar es una llamada a enfocar nuestra vida como una preparación para en encuentro definitivo con Jesucristo, que no sabemos cuándo se producirá y que, por tanto, debemos aguardar con vigilante conciencia. ”Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora”. 

Estas diez jóvenes representan a la humanidad que se compone de quienes viven pendientes de Dios y de sus indicaciones, y de quienes, lamentablemente, viven con la lámpara del aceite -la fe y el amor- apagada. La parábola se centra en la llegada del Señor: el momento de la muerte. Quienes están preparadas a la llegada del esposo entran en el banquete eterno, una fiesta preparada por el mismo Dios.

“Cuando lleguemos a la presencia de Dios, decía Newman, se nos preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia. Todo lo demás no tiene valor. Si hemos sido ricos o pobres, si nos hemos ilustrado o no, si hemos sido dichosos o desgraciados, si hemos estado enfermos o sanos, si hemos tenido buen nombre o malo”. Si Jesucristo saliera hoy a nuestro encuentro ¿nos encontraría vigilantes, con las manos llenas de buenas obras? Debemos tener el valor de hacernos esta pregunta porque al abandonar el escenario de esta mundo, entraremos en la gran fiesta del Reino de los Cielos o encontraremos cerradas las puertas para siempre.
Esta celebración podría ser un buen momento para detenernos a considerar qué sentido estamos imprimiendo a nuestros días, al trato con quienes nos rodean, al trabajo, al descanso, a fin de rectificar lo que en nuestra vida no está iluminado por la luz de las enseñanzas de Jesucristo. “Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor”. “El examen diario es el amigo que nos despierta cuando la laxitud del sueño nos vence. Es la garantía y la tranquilidad en nuestra obligada vigilia. Acudamos a él con valentía” (San Josemaría Escrivá).
Este examen de conciencia puede operar un cambio de rumbo si fuera necesario o aderezar la lámpara de la fe, la esperanza y el amor -como hicieron las vírgenes prudentes- que nos lleve a hacer una buena Confesión con el consiguiente propósito de enmendar el rumbo de nuestra vida cristiana.

“Velad”, dice Jesús. No es una tarea negativa que sitúe la lucha interior en la frontera del pecado, es un saber orientar todo hacia el Señor con el deseo de agradarle. “Vela con el corazón, dice S. Agustín, vela con la fe, con la caridad, con las obras... Adereza las lámparas procurando que no se apaguen; cébalas con el aceite de una conciencia recta... para que Él te introduzca en el festín, donde ya nunca se extinguirá tu lámpara” (Serm 94).

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 25, 1-13)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis". Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos". Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.» 

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