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domingo, 29 de diciembre de 2019

Sagrada Familia

Cristo llega a la tierra en el seno de una familia y vivió las 9/10 partes de su vida en el hogar de sus padres. Con esta dilatada estancia ha llamado la atención sobre la importancia de esta institución natural, santuario de la vida y escuela donde, de modo espontáneo, los integrantes de ella, aprenden un sinfín de cualidades indispensables para desenvolverse en la vida.
Ninguna ideología, ninguna escuela, ningún sermón, logra lo que la familia consigue casi sin proponérselo: transmitir unos valores, un modo de ser, que será como la matriz de todas las decisiones que los hijos tomen mañana en la vida. 

También los padres aprenden en ella porque han de vivir una dedicación y una entrega que, por costosa, no asumirían por nada ni por nadie. Se puede asegurar que, a pesar de las crisis que pueda sufrir un hogar, el 90 % de lo que una persona es lo debe a su familia.
Debemos valorar y proteger ese ámbito en que somos queridos, escuchados, comprendidos, ayudados... lo que representa casi un lujo en la sociedad dura y competitiva en que vivimos. Nadie nos hace tanto caso, ríe nuestros chistes, está a nuestro lado en la enfermedad o en un apuro serio, como los de mi familia. Hay que proteger todo esto contra los estragos del tiempo y la rutina procurando que la unidad y el cariño se revelen más fuertes que cualquier discrepancia o disgusto.
Eliminemos del vocabulario familiar expresiones como: ¡Es que esto pasa ya de castaño oscuro! ¡Estoy saturado, harto, de hacer el papel del hombre/mujer complaciente! ¿Por qué he de ser yo siempre el que ceda? ¡Caramba, que le vea un detalle al otro/a!... Si hay una forma de hacer imposible o desagradable la convivencia es ésta. Empeñémonos en dar importancia a los pequeños sacrificios que el hogar reclama, que el amor convierte en grandes y que hacen, también grande al amor. Entonces, la alegría se impondrá siempre a los pequeños disgustos y se hará extensiva a otros hogares ligados al nuestro por algún motivo, y daremos, así también, a conocer a Cristo.
¿Nos imaginamos a María y José olvidando que el Niño que alegraba la casa era el Hijo del Altísimo? "Padre clementísimo -pedimos con la Iglesia en la Poscomunión- concédenos imitar fielmente los ejemplos de la Sagrada Familia, para que después de las pruebas de esta vida, gocemos de su eterna compañía".

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