En la audiencia general de hoy el Papa ha dicho que la actitud para salir de la crisis es “cuidar y cuidarnos mutuamente entre nosotros, apoyar a los cuidadores de los más débiles, de los enfermos y de los ancianos, y cuidar nuestra casa común”
Texto de la catequesis del Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Para salir de la pandemia es necesario que sigamos la regla de oro de nuestro ser “hombres y mujeres”, que es “cuidar” y cuidarnos mutuamente entre nosotros, apoyar a los “cuidadores” de los más débiles, de los enfermos y de los ancianos, y cuidar asimismo nuestra casa común, recordando que la tierra y todas las creaturas pertenecen al Señor que las creó y que nos las encomendó para que las conservemos y las protejamos.
Nosotros también somos parte de la creación, no somos sus dominadores absolutos, con la pretensión de querer ocupar el lugar de Dios, pensando que tenemos derecho a depredarla, explotarla y destruirla. En cambio, la misión que Él nos ha confiado es que seamos los custodios de esta casa común que nos acoge, y aprendamos a respetarla y a evitar que la sigan maltratando y arruinando.
Todo ha salido de las manos del Creador, que ha dejado su huella en cada creatura. El mejor antídoto para cuidar y proteger nuestra casa común de esos abusos es la contemplación. El mismo Señor nos invita a admirar maravillados y en silencio su obra, para poder reconocer en cada creatura el reflejo de su sabiduría y su bondad. Ser contemplativos nos lleva a ser responsables, con estilos de vida sostenibles que respeten y protejan la naturaleza, de la que también nosotros formamos parte.
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Para salir de una pandemia, hay que cuidarse y cuidarnos mutuamente. Y hay que apoyar a quien cuida de los más débiles, de los enfermos y de los ancianos. Es habitual dejar de lado a los ancianos, abandonarlos: ¡eso es malo! Esas personas −bien definidas por el término español “cuidadores”, las que cuidan a los enfermos− juegan un papel fundamental en la sociedad actual, aunque muchas veces no reciben el reconocimiento y la remuneración que merecen. Cuidarnos es una regla de oro de nuestro ser humano y trae consigo salud y esperanza (cfr. Laudato si' [LS], 70). Cuidar a los enfermos, a los necesitados, a los que quedan atrás: eso es una riqueza humana y también cristiana.
También debemos dirigir ese cuidado a nuestra casa común: a la tierra y a cada criatura. Todas las formas de vida están interconectadas (cfr. ibíd., 137-138), y nuestra salud depende de la de los ecosistemas que Dios creó y nos encomendó cuidar (cfr. Gen 2,15). Abusar de ella, en cambio, es un pecado grave que daña, duele y enferma (cfr. LS, 8; 66). El mejor antídoto para este mal uso de nuestra casa común es la contemplación (cfr. ibíd., 85; 214). ¿Y eso? ¿No hay una vacuna para esto, para el cuidado de la casa común, para no dejarlo de lado? ¿Cuál es el antídoto para la enfermedad de no cuidar la casa común? Es la contemplación. “Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso sin escrúpulos” (ibíd., 215). También en objeto de “usar y tirar”. Sin embargo, nuestra casa común, la creación, no es un mero “recurso”. Las criaturas tienen un valor en sí mismas y “reflejan, cada una a su manera, un rayo de la infinita sabiduría y bondad de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 339). Ese valor y ese rayo de luz divina hay que descubrirlo y, para descubrirlo, hay que estar en silencio, hay que escuchar, hay que contemplar. La contemplación también cura el alma.
Sin contemplación, es fácil caer en un antropocentrismo desequilibrado y soberbio, el “yo” en el centro de todo, que sobredimensiona nuestro papel de seres humanos, posicionándonos como dominadores absolutos de todas las demás criaturas. Una interpretación distorsionada de los textos bíblicos sobre la creación contribuyó a esa mirada equivocada, que lleva a abusar de la tierra hasta sofocarla. Abusar de la creación: ese es el pecado. Creemos estar en el centro, pretendiendo ocupar el puesto de Dios y así arruinamos la armonía de la creación, la armonía del plan de Dios. Nos volvemos predadores, olvidando nuestra vocación de cuidadores de la vida. Sí, podemos y debemos trabajar la tierra para vivir y desarrollarnos. Pero el trabajo no es sinónimo de explotación, y siempre va acompañado del cuidado: arar y proteger, trabajar y cuidar… Esa es nuestra misión (cfr. Gen 2,15). No podemos pretender seguir creciendo a nivel material, sin cuidar la casa común que nos acoge. Nuestros hermanos más pobres y nuestra madre tierra gimen por el daño y la injusticia que hemos provocado, y reclaman otra ruta. Reclaman de nosotros una conversión, un cambio de sentido: cuidar también la tierra, la creación.
Por tanto, es importante recuperar la dimensión contemplativa, o sea mirar la tierra, la creación como un don, no como algo que explotar para beneficio propio. Cuando contemplamos, descubrimos en los demás y en la naturaleza algo mucho más grande que su utilidad. Ahí está el meollo del problema: contemplar es ir más allá de la utilidad de una cosa. Contemplar lo bello no quiere decir explotarlo: contemplar es gratuidad. Descubrimos el valor intrínseco que Dios ha dado a las cosas. Como han enseñado tantos maestres espirituales, el cielo, la tierra, el mar, toda criatura posee esa capacidad icónica, esa capacidad mística de llevarnos al Creador y a la comunión con la creación. Por ejemplo, San Ignacio de Loyola, al final de sus Ejercicios espirituales, invita a realizar la “Contemplación para alcanzar el amor”, es decir, a considerar cómo Dios mira sus criaturas y gozar con ellas; a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y gracia, amarlas y cuidarlas.
La contemplación, que nos lleva a una actitud de cuidado, no es mirar la naturaleza desde fuera, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Más bien, hay que partir desde dentro, reconociéndonos parte de la creación, haciéndonos protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo habría que explotar. Quien contempla de ese modo se maravilla no solo por lo que ve, sino también porque se siente parte integrante de esa belleza; y también se siente llamado a cuidarla, a protegerla. Y hay una cosa que no debemos olvidar: los que no saben contemplar la naturaleza y la creación no saben contemplar a las personas en su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza acaba explotando a las personas y tratándolas como esclavas. Esta es una ley universal: si no sabes contemplar la naturaleza, te será muy difícil poder contemplar a la gente, la belleza de la gente, al hermano o la hermana.
Quien sabe contemplar se dedica más fácilmente a cambiar lo que causa degradación y daño a la salud. Se comprometerá en educar y promover nuevos hábitos de producción y consumo, para contribuir a un nuevo modelo de crecimiento económico que garantice el respeto a la casa común y el respeto a las personas. El contemplativo en acción tiende a convertirse en guardián del entorno: ¡eso es hermoso! Cada uno de nosotros debe ser el guardián del medio ambiente, de la pureza del entorno, tratando de combinar conocimientos ancestrales de culturas milenarias con nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro estilo de vida sea siempre sostenible.
En definitiva, contemplar y cuidar: dos actitudes que muestran la vía para corregir y volver a equilibrar nuestra relación de seres humanos con la creación. Tantas veces, nuestro trato con la creación parece trato entre enemigos: destruir la creación para ventaja mía; explotar la creación a mi favor. No olvidemos que eso se paga caro; no olvidemos aquel dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos a veces; la naturaleza no perdona nunca”. Hoy leía en el periódico sobre esos dos grandes glaciares de la Antártida, cerca del Mar de Amundsen: se están derritiendo. Será terrible, porque el nivel del mar crecerá y eso traerá tantas, tantas dificultades y mucho mal. ¿Por qué? Por el sobrecalentamiento, por no cuidar el ambiente, por no cuidar la casa común. En cambio, cuando tengamos ese trato −me permito la palabra− “fraternal”, en sentido figurado, con la creación, seremos guardianes de la casa común, custodios de la vida y de la esperanza, protegeremos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que lo puedan gozar las generaciones futuras. Y alguno puede decir: “Pues yo me apaño así”. Es que el problema no es cómo te apañes hoy −esto lo decía un buen teólogo alemán, protestante: Bonhoeffer−, el problema no es cómo te apañes tú, hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la generación futura? Pensemos en los hijos, en los nietos: ¿Qué les dejaremos si explotamos la creación? Cuidemos este camino para convertirnos en “custodios” de la casa común, guardianes de la vida y la esperanza. Cuidemos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que puedan disfrutarlo las generaciones futuras. Pienso de manera especial en los pueblos indígenas, con quienes todos tenemos una deuda de gratitud, también de penitencia, para reparar el daño que les hemos hecho. Pero también pienso en aquellos movimientos, asociaciones, grupos populares que se comprometen en proteger su territorio con sus valores naturales y culturales. Esas realidades sociales no siempre son apreciadas, a veces incluso son obstaculizadas, porque no producen dinero; pero en realidad contribuyen a una revolución pacífica, podríamos llamarla la “revolución del cuidado”. Contemplar para curar, contemplar para custodiar, cuidarnos nosotros, la creación, nuestros hijos, nuestros nietos y cuidar el futuro. Contemplar para sanar, proteger y dejar un legado a la generación futura.
Y no debemos delegar en algunos: es tarea de todo ser humano. Cada uno puede y debe convertirse en “guardián de la casa común”, capaz de alabar a Dios por sus criaturas, de contemplar las criaturas y de protegerlas.
Saludos
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. Pidamos la gracia de saber contemplar las maravillas de Dios, para que se cree una responsabilidad individual y comunitaria respecto a la protección y salvaguardia de la creación. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En estos días, mi pensamiento se dirige especialmente a los ancianos y enfermos, y a quienes los cuidan con generosidad. Sobre vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Ante las numerosas situaciones que pueden perturbarnos y asustarnos, recordemos esto: el Señor de la vida, que tanto nos quiere, está siempre presente en este mundo. No nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nosotros, y su amor nos hace encontrar nuevos caminos. ¡Sea eternamente alabado!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús que nos conceda ser contemplativos, para alabarlo por su obra creadora, que nos enseñe a ser respetuosos con nuestra casa común y a cuidarla con amor, para bien de todas las culturas y las generaciones futuras. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Invito a todos a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas, aprendiendo a amarlas cada vez más, custodiarlas y protegerlas. ¡Dios bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Ante esta pandemia que está sacudiendo al mundo entero, expresamos agradecimiento a los médicos, enfermeras, personal sanitario y asociaciones de voluntariado comprometidas con esta emergencia. Que el Espíritu Santo, fuente de todo bien, nos ayude a reflexionar sobre la precariedad de la vida humana. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Hoy, cuando hablamos de la contemplación de la creación, me vienen a la mente las palabras de San Juan Pablo II: “Contemplo la belleza de esta tierra […]. El azul del cielo, el verde de los bosques y los campos, la plata de los lagos y ríos parecen hablar con una fuerza excepcional. [...] Y todo esto da testimonio del amor del Creador, de la fuerza vivificante de su Espíritu y de la redención realizada por el Hijo para el hombre y para el mundo”. ¡Que esta forma de vivir la relación con la creación sea para todos una fuente de compromiso a favor de su protección! Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Deseo a todos lo mejor en el Señor, exhortándoos a difundir el mensaje de amor del Evangelio por todas partes. Quisiera recordar en este momento a Don Roberto Malgesini, sacerdote de la diócesis de Como que fue asesinado ayer por la mañana por una persona menesterosa a la que él mismo ayudaba, una persona enferma de la cabeza. Me uno al dolor y oración de sus familiares y de la comunidad de Como y, como dijo su Obispo, alabo a Dios por el testimonio, es decir, por el martirio, de este testigo de caridad a los más pobres. Recemos en silencio por el P. Roberto Malgesini y por todos los sacerdotes, religiosas, laicos y laicas que trabajan con personas necesitadas y descartadas por la sociedad.
Finalmente, como de costumbre, pienso en los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Recientemente hemos celebrado la Exaltación de la Santa Cruz. Que la cruz, signo de fe en Cristo, sea consuelo para todos e imagen de esperanza inquebrantable.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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