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sábado, 3 de octubre de 2020

El día del Señor: domingo 27 del T.O. (A)


 

Trabajar en la viña del Señor es realizar nuestras tareas ordinarias por amor a Dios y a los demás por Dios. Así construimos un mundo mejor y lograremos superar la pandemia. Acompaño mis reflexiones.

La liturgia de la Misa, a través de una de las más bellas alegorías, nos habla del amor de Dios por su pueblo y de la falta de correspondencia de éste. La Primera lectura recoge la llamada canción de la viña y describe a Israel como una plantación de Dios, llena de todos los cuidados posibles. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo esperando que diera uvas, dio agrazones?

La viña es ciertamente Israel, que no correspondió a los cuidados divinos, y también lo somos la Iglesia y cada uno de nosotros: "Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer (Jn 15, 1-5)".
Le pedimos al Señor una esperanza nueva para este curso y entendemos que nos cuida como a la viña de la parábola y nos invita a reflexionar sobre los agrazones de la primera lectura y sobre el rechazo del pueblo escogido a la venida del Señor para que pidamos perdón de nuestras faltas y correspondamos a su amor con nuestra lucha diaria por ser fieles.

El pecado es el fruto agrio de nuestras vidas. La experiencia de las propias flaquezas está patente en la historia de la humanidad y en la de cada hombre. "Nadie se ve enteramente libre de su debilidad, de su soledad y de su servidumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, salvador y vivificador" [Conc Vaticano II]. Nuestros pecados están íntimamente relacionados con esa muerte del Hijo amado, de Jesús: Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron.
Para producir los frutos de vida que Dios espera todos los días de cada uno (frutos de la caridad, del apostolado, del trabajo bien hecho...), necesitamos, en primer lugar, pedir al Señor y fomentar un santo aborrecimiento a todas las faltas. Las flaquezas han de ayudarnos a fomentar los actos de reparación y de desagravio, y la contrición sincera por esas faltas. 

Así como pedimos perdón por una ofensa a una persona querida y procuramos compensarla con algún acto bueno, mucho mayor deber ser nuestro deseo de reparación cuando el ofendido es Jesús, el Amigo de verdad. Entonces Él nos sonríe y devuelve la paz a nuestras almas. Convertimos así en frutos espléndidos lo que estaba perdido.

A la cerrazón de su pueblo el Señor le responde con una misericordia asombrosa, derrama por nosotros hasta la  última gota de su sangre.

En el jubileo de 2000, en una ceremonia preciosa en la Basílica de San Pedro, Juan Pablo II, ante la imagen de Jesús crucificado dijo: "Si no hubieras muerto en la Cruz no conoceríamos el Amor inmenso que nos tienes".

En la Segunda lectura leemos estas palabras de San Pablo a los cristianos de Filipos: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

Las realidades terrenas y las cosas nobles de este mundo son buenas y pueden llegar a tener un valor divino. Son los asuntos que cada día tenemos entre manos (el trabajo, la familia, la amistad, las preocupaciones que la vida lleva consigo, las pequeñas alegrías diarias...) lo que hemos de convertir en frutos para Dios, pues "no se puede decir que haya realidades -buenas, nobles, y aun indiferentes- que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte" [San Josemaría]. Todo lo humano noble puede ser santificado y ofrecido a Dios.

Cada jornada se nos presenta con incontables posibilidades de ofrecer frutos agradables al Señor: desde el vencimiento primero de la mañana -el minuto heroico- al levantarnos, hasta esa pequeña mortificación que supone el llevar con buen ánimo el excesivo tráfico o un ligero malestar que nos mantiene indispuestos. Son muchas, en este día irrepetible, las ocasiones de sonreír a los demás, de tener una palabra amable, de disculpar un error... En el trabajo, el Señor espera esos pequeños frutos que nacen cuando nos esforzamos en hacerlo bien: la puntualidad, el orden, la intensidad... 

Para producir estos frutos hemos de empeñarnos en mantener la presencia de Dios a lo largo del día, con jaculatorias, actos de amor..., una mirada a una imagen de la Virgen o al crucifijo..., acordándonos del Sagrario más cercano al lugar donde nos encontramos... El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada... En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.

Recordemos que "hay un algo santo, divino escondido hasta en los detalles más menudos que nos toca a cada uno descubrir" San Josemaría.

Nuestra Madre Santa María nos enseñará a vivir cada día con la urgencia de dar muchos frutos a Dios, y a evitar decididamente que en nuestra vida se den frutos agrios.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. 

Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. 

Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»

Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

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