La Ascensión del Señor nos llena de esperanza. Al finalizar esta vida nos aguarda la Vida Eterna con Él en el Cielo. Para ello vivamos nuestra vida terrena a la luz del Evangelio y llevemos a los demás esa claridad con nuestra palabra y ejemplo. Acompaño mis reflexiones.
El cuerpo de Cristo, glorificado desde el instante de la Resurrección, asciende ahora al cielo y se sienta a la diestra de Dios. “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13). “Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la Casa del Padre (Jn 14,2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino (MR, Prefacio)” (C.E.C., 661).Antes de marcharse dijo Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Hay que recoger este encargo del Señor con agradecimiento y con sentido de responsabilidad. Es un orgullo santo poder colaborar con Dios en la propagación de la Buena Nueva por lo que supone de confianza en nosotros, rechazando la tentación del emboscamiento que se justifica tras ese y yo, ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás? Hasta qué punto no estaré invadiendo la intimidad de los demás, sus conciencias?
¡No son los demás, son mis familiares y mis buenos amigos! El apostolado no debe hacerse con el estilo del representante de un laboratorio o una editorial, pongamos por caso, que va de casa en casa ofreciendo su producto. Es a través de la amistad y la confianza que ella genera con ocasión de los continuos contactos profesionales y sociales, como influiremos cristianamente en la sociedad de un modo natural, sin rarezas ni impertinentes intromisiones.
Sí, pero vivimos en un mundo plural y hay que respetar las creencias de los demás. Ciertamente. Pero una cosa es el respeto a las personas y otra el respeto humano, la vergüenza para abordar ciertos temas. El respeto humano hunde sus raíces en el temor a que la verdad que voy a recordar no va a ser bien acogida, con lo que se ofende a la verdad, y a la buena disposición de los demás. Cuando hay confianza y amor a la libertad y a la verdad, entre amigos, no hay secretos, se habla de todo. En cualquier caso no se trata de imponer nada a nadie, ni de hablar de lo que no se desea. Se trata de hacer partícipe a familiares y amigos de inquietudes y esperanzas que interesan a todos.
Vivir esta preocupación no es fanatismo ni beatería. Fanatismo es obligar por la fuerza a los demás a que adopten nuestros puntos de vista. No es fanatismo, por ejemplo, ser vegetariano y convencer a los demás de las ventajas de las hortalizas sobre las carnes y pescados. Fanatismo sería poner bombas para destruir los mataderos e impedir el transporte de animales para ser sacrificados. Si estamos llamados a amar a los enemigos y a rezar por ellos, nada más opuesto al cristianismo que el fanatismo o cualquier forma de exclusivismo. Fanatismo no; pero irenismo, entreguismo o inhibición tampoco.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio...”. Para llevar a cabo este mandato del Señor, no siempre cómodo ni fácil, contamos con su ayuda: “Estad seguros de que Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
—«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
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