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sábado, 29 de octubre de 2022

El día del Señor: domingo 31º del T.O. (C)

La historia de Zaqueo nos llena de esperanza: nuestra debilidad siempre tiene remedio si nos encontramos con Jesús. Acompaño mis reflexiones.

Hay quienes por estar excesivamente absorbidos por las cosas de este mundo, se olvidan del Dios Creador del mundo y tienden a imaginarlo como un ser lejano y ajeno a sus expectativas.

Sin embargo el episodio de Zaqueo que acabamos de escuchar demuestra que el Señor nos conoce por nuestro nombre y se interesa por cada uno. 

Jesús va camino de Jerusalén rodeado de una muchedumbre entre la que se encuentra Zaqueo, un jefe de publicanos y rico que, debido al gentío y su corta estatura, decide sin rubor subirse a una higuera para poder verlo pasar. No conocía a Jesús y deseaba verle, pero el Señor le vio y le llamó por su nombre, como a un viejo amigo y como tal se invitó a comer en su casa. ¡Jesús le conocía, le llamó por su nombre! ¡Jesús nos conoce, sabe nuestro nombre! ¡Ha venido a este mundo a por nosotros!

Cualquier empeño nuestro por acercarnos a Jesús es recompensado como nos dice S. Agustín: “Quien consideraba un privilegio el verle pasar tan solo, mereció tenerlo a la mesa en su casa”. Comentando este episodio, Juan Pablo II decía: “No se asusta de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional, o hacerle difícil algunas acciones ligadas con su actividad de jefe de publicanos”, que, como recaudador de impuestos, no gozaba de la simpatía del pueblo, y menos aún de los judíos que, como pueblo elegido, veía en ello una afrenta.

No le importa a Zaqueo, un personaje de cierto rango, trepar como un chiquillo a un árbol, “el qué dirán”, “los respetos humanos”. Vivimos en una sociedad abierta y plural en la que cada uno puede expresarse libremente, silenciar nuestra condición de cristianos supone una falta de personalidad alarmante: ¿qué libertad tendría quien no se atreviera a vivir según sus creencias? Esto en lo humano ya es preocupante, pero en el plano espiritual es grave:”Todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos .Pero el que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32 y 33).


“Miremos hoy a Zaqueo en el árbol –decía el Papa Francisco-: su gesto es un gesto ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes. Piensa que alguien te espera porque nunca dejó de recordarte; y este alguien es tu Padre, es Dios quien te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado; yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar”.

Mientras la gente miraba entre burlas, chismes y comentarios despectivos, Jesús lo miró de un modo muy distinto. Para el pueblo llano era un personaje despreciable, que se había enriquecido a costa de los demás. Pero Jesús, lo contemplaba con una mirada misericordiosa, y tenía ganas de encontrarse con él. “La mirada de Jesús –son palabras del Papa Francisco- va más allá de los pecados y los prejuicios; mira a la persona con los ojos de Dios, que no se queda en el mal pasado, sino que vislumbra el bien futuro”. Por eso, cuando Jesús entra en casa de Zaqueo, puede exclamar con alegría: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (vv. 9-10).

¡Si generosa fue la determinación de Zaqueo, más espléndida fue la respuesta de Jesucristo: la Salvación! No descalifiquemos espiritualmente a nadie. A nuestro alrededor hay personas a las que un malentendido, una experiencia negativa, o una equivocada orientación de sus vidas, les ha alejado de Dios pero conservan, como Zaqueo, la nostalgia de la verdad, y si una persona amiga les trata con respeto, sin el desprecio de los hipócritas, recuperarían la confianza en Dios y en su Iglesia.


«Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro (una higuera), para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa». Bajó rápido y lo recibió con gozo. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abraham; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19,1-10).

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