Juan ve venir al Señor lleno de sencillez y lo señala como el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Dios es un Padre cuya paciencia con nosotros, cuyas iniciativas e ingeniosidades son infinitamente mayores que nuestras debilidades y malicias. Él perdona siempre, liberando al hombre de la suciedad interior que le agobia y apaga la alegría. El Sacramento del Perdón es un recurso del amor de Dios que alivia la mala conciencia depositando en ella una paz que no es de este mundo.
Como el Bautista debemos dar testimonio del Hijo de Dios, un Dios que cura las heridas del alma. "Vosotros sois mis testigos" (Lc 24,48), dijo Jesús a los suyos, y ellos, junto a una cadena incontable de criaturas de todos los puntos cardinales, tras recibir por el Bautismo la fuerza del Espíritu Santo, "marcharon a predicar por todas partes" (Mc 15,20).
No debemos dispensarnos de la tarea de hacer que Jesucristo sea conocido y amado. Nadie debe vivir tranquilo si se desentiende de este deber. "Tal vez -dice S. Gregorio- no podamos socorrer al necesitado; pero el que tiene lengua dispone de un bien mayor que puede distribuir, pues vale más reanimar con el alimento de la palabra al alma que ha de vivir para siempre, que saciar con el pan terreno al cuerpo que ha de morir. Por tanto, hermanos, no neguéis al prójimo la limosna de vuestra palabra".Pero, ¿quién me manda a mí meterme en la vida de los demás? ¿No estaré invadiendo el recinto de sus conciencias impertinentemente? ¡No son los demás! ¡Son mis familiares y amigos, con quienes deseo compartir la preocupación de poner remedio a tantos asuntos que, sin Cristo, no tienen remedio!
¡Hablar de Dios también con el testimonio de una vida cristiana coherente! Nos engañaríamos si creyéramos que ser ejemplares en medio de las realidades de cada día, empeñados en un trabajo que santifica también las realidades nobles de este mundo, sólo despierta una desdeñosa curiosidad admirativa en medio de una sociedad que valora tan solo el bienestar terreno. Este testimonio penetra en muchas almas rectas que buscan a Dios a tientas, que anhelan esa paz que el mundo no puede dar. La paz que viene del que quita los pecados del mundo, aliviando ese sentido de culpabilidad, tan extendido.
Justo Luis
Almudí
Almudí
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