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viernes, 6 de marzo de 2015

Carta del Prelado del Opus Dei (marzo 2015)

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Carta del Prelado del Opus Dei (marzo 2015)
   El tiempo de Cuaresma que atraviesa la Iglesia centra la Carta del Prelado del Opus Dei, quien hace especial hincapié en el cuidado de los demás
   Inicia su Carta pastoral Mons. Javier Echevarría con una invitación a vivir lo que la Iglesia nos propone: que nos preparemos muy bien para adentrarnos en las escenas de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor en la próxima Pascua, y cita, pararecorrer muy unidos al Maestro este tiempo litúrgico, unas palabras de san Juan Pablo II al inicio de su Mensaje para la Cuaresma de 2001.
   Después de recordar las principales prácticas que la Iglesia recomienda para manifestar el afán de conversión durante este tiempo litúrgico, invita el Prelado a fijarse especialmente en las obras de caridad, y se refiere a lo que el Papa Francisco ha denominadoglobalización de la indiferencia en su Mensaje para la Cuaresmade este año: un mal que se ha acentuado en nuestra época y que se opone frontalmente al modo de actuar de Dios, por lo que urge a reflexionar sobre la Comunión de los santos, que nos impulsará a servir, a ocuparnos −día tras día− de nuestras hermanas y de nuestros hermanos menesterosos de atención espiritual o materialLa Cuaresma se convierte así en un tiempo especialmente propicio para imitar a Cristo con una entrega generosa a los miembros de su Cuerpo místico, pensando en cómo Él se nos da.

Señala el Prelado los medios para conseguir la fuerza para ello: la escucha atenta de la palabra de Dios y de la recepción de los sacramentos −la Confesión, la Eucaristía−, señalados de modo concreto en los mandamientos de la Iglesia, en estas fechas, por lo que, de esta manera, nos iremos pareciendo más y más a Él, se hará más perfecta nuestra identificación con Jesús, hasta llegar a ser −como repetía nuestro Padre− ipse Christus, el mismo Cristo. Y haremos muy nuestras todas las indigencias de los demás, sin dejar que se forme en nuestros corazones la costra del egoísmo, de centrarse en el propio yo.
Se refiere en concreto al cuidado de los enfermos: una obra de misericordia que Jesucristo premia de modo especial, y urge oraciones a diario por los que sufren persecución a causa de sus convicciones religiosas. ¡Nadie nos ha de resultar ajeno! Roguemos al Señor que los asista con su gracia y les conceda fuerzas. Y como la caridad es ordenada, ha de llegar, en primer término, a quienes se hallan más cercanos −miembros de nuestra familia sobrenatural o humana, amigos y vecinos, compañeros de trabajo−, a todos aquellos con quienes nos unen especiales lazos de fraternidad, por las distintas situaciones que atravesamos, y agradece nuevamente a mis hijas y a mis hijos, y a tantas otras personas que cuidan de los enfermos y de las personas ancianas, su dedicación generosa a esta labor: ¡cómo les sonríe Dios!.
Recuerda cómo el Opus Dei nació y se consolidó entre los pobres y los enfermos y cita, como muy significativo para nuestro caminar, unas palabras de San Josemaría, pocos meses antes de su tránsito al Cielo, en las que invita a detenerse:
«Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios (...). ¡Y qué bien, qué alegría! Fueron muchas horas en aquella labor, pero siento que no hayan sido más. Y en los hospitales, y en las casas donde había enfermos, si se pueden llamar casas a aquellos tugurios... Eran gente desamparada y enferma; algunos con una enfermedad que entonces era incurable, la tuberculosis (...).
Fueron unos años intensos, en los que el Opus Dei crecía para adentro sin darnos cuenta. Pero he querido deciros −algún día os lo contarán con más detalle, con documentos y papeles− que la fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas».
Manifiesta el Prelado el gozo que nos causa también la cercanía de las solemnidades de san José y de la Anunciación de Nuestra Señora. Cobran una significativa relevancia en este año mariano dedicado a la familia, pues colocan ante nuestros ojos el ambiente del hogar de Nazaret, donde pasó Jesús largos años, rodeado en todo momento por el cariño y el desvelo de su Madre y de san José. Allí trabajó con perfección humana y sobrenatural el santo Patriarca. Son excelentes motivos para confiarles la santidad de los hogares cristianos e impetrar su protección sobre todas las familias de la tierra.
Después de citar unas palabras del Santo Padre, en una reciente Audiencia general, sobre el importantísimo papel de la madre y del padre en el seno de la familia, el Prelado formula algunas preguntas: ¿Es intensa, generosa, nuestra oración por esta célula vital −la familia− de la Iglesia y de la sociedad civil? ¿Rezamos para que cada hogar sea una prolongación del que albergó al Hijo de Dios en Nazaret? ¿Cómo agradecemos la abnegación generosa y alegre de tantos padres y madres? ¿Nos acordamos de rezar por la felicidad de los esposos a los que Dios no concede hijos, para que amen la Voluntad del Cielo, dando además ejemplo de servicio a la humanidad entera?.
Y, para concluir, se refiere a la proximidad de la fiesta de San José, en que todas y todos acudimos al santo Patriarca pidiéndole que colme de fidelidad a Dios toda nuestra existencia, día a día, como cumplió este varón justo, respondiendo a todas las peticiones divinas, recuerda que el 28 de marzo se cumplen noventa años de la ordenación sacerdotal de nuestro Padre. Invocadle especialmente con una súplica piadosa y constante por la Iglesia y el Papa; por las vocaciones sacerdotales y religiosas; por las vocaciones −también divinas− a una entrega total en medio del mundo, en el celibato apostólico o en el matrimonio; por la fidelidad de todos los cristianos. Dirigid vuestras plegarias, con fe y confianza, a la Virgen y a san José, para que sepamos caminar de modo contemplativo en medio del mundo. Y seguid encomendando todas mis intenciones.

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